Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
2. La infalibilidad de Cristo

Proponiéndose como Maestro a sus discípulos, Jesús afirma de sí mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). En Cristo se encuentra el hombre con la Verdad. Como tal Verdad ha sido recibido por los cristianos de todos los tiempos que, fiados de su palabra, han seguido recibiendo su enseñanza como palabra de Dios.
Sólo tras la crítica iniciada por Reimarus (1694-1768), se comienza a introducir en sectores del pensamiento no católico la idea de que Jesús padeció error en cuanto a la fecha del fin del mundo y en cuanto a la naturaleza de su mesianismo. En el terreno católico son los modernistas, más en concreto Tyrrell y Loisy, quienes primero hablan de un error en Cristo en torno a la fecha del fin del mundo. Se apoyan para ello sobre todo en algunos versículos del Discurso escatológico (Mt 24; Mc 13 y Lc 21), en los que el Señor parece anunciar el fin del mundo como inminente y en algunos otros versículos aislados como Mt 16, 27-28 y Mc 14, 62 y paralelos. Este error habría llevado a Jesús consecuentemente a predicar una moral provisoria, y le habría llevado también a no querer instituir la Eucaristía, ni fundar la Iglesia: ésta habría sido fundada por los Apóstoles al ver que no llegaba el final de los tiempos. La posición de los modernistas fue condenada por S. Pío X en el Decreto Lamentabili (8.VII. 1907), y en la Enc. Pascendi.(8.IX.1907)
No es este el momento de entrar en la discusión exegética de los textos aducidos por los modernistas. Desde la perspectiva cristológica, hay que decir que la existencia de un error en Cristo, sobre todo en lo concerniente a su misión y a su enseñanza, implicaría que no es Dios. En efecto, sería la Persona del Verbo en sus palabras humanas la que, en ese caso, se habría equivocado. Por ello, la mayor parte de los teólogos afirman como perteneciente a la fe no sólo que Cristo no se equivocó, sino que era infalible; que por la unión hipostática era metafísicamente imposible que errase.
Existen en el Nuevo Testamento algunos textos que parecen indicar una ignorancia de Jesús respecto a determinadas cosas. Jesús pregunta con deseo de recibir respuesta (cf. p.e., Mc 5, 8; Lc 8, 30; Mc 9, 16. 32; Lc 8, 45, etc); lo mismo sucede con algunas exclamaciones (cf. p.e., Mt 26, 39; Mc 15, 34) y con la sorpresa y admiración que a veces muestra (cf. p.e., Lc 7, 9). El texto más importante es aquel en el que Jesús dice ignorar el día y la hora del juicio (Mt 24, 36).
En cualquier caso, es necesario distinguir entre error, ignorancia y nesciencia. Error es considerar falso lo que es verdadero y viceversa; ignorancia es desconocer algo que debe conocerse: en este sentido significa, pues, la carencia de una perfección debida; nesciencia es desconocer algo que no tiene por qué saberse. En este sentido, ni el error ni la ignorancia pueden darse en Cristo. Irían contra la dignidad de su Persona y contra la misma Providencia divina, al no dotar a la naturaleza humana de Cristo de lo conveniente para desempeñar su misión de Maestro. Sí se da, en cambio, la nesciencia en el terreno de la ciencia adquirida, pues en este campo, como es lógico, su conocimiento responde a las experiencias que recibe a través de los sentido y a su capacidad de razonar.
Podría pensarse que el Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana, asumió también el defecto de la ignorancia, como tomó sobre sí la pasibilidad. Sin embargo, parece conveniente descartar esta hipótesis. Efectivamente, aunque no en forma definitiva, el Magisterio de la Iglesia ha rechazado en diversas ocasiones la tesis de los que admitían ignorancia en Jesús, incluso sobre el día del juicio****. No parece, en efecto, que la ignorancia fuese necesaria —como la pasibilidad— para la misión redentora del Hijo de Dios.
* Así p.e., Ireneo, Orígenes, Atanasio, Basilio, Gregorio de Nisa.
** Entre otros, Dídimo el Ciego, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Gregorio Magno.
*** Cfl l Sto. Tomás de Aquino STh III, q. 10, a. 2, ad 1.
**** Cfl l p.e., S. Gregorio Magno, Epist. ad Eulogium (DS 474-476); Conc. Lateranense (a. 649), can. 18 (DS 518-519).