1. LA SANTIDAD DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

Síntesis de contenido

Cristo en la columna (Antonello de Messina)

La Sagrada Escritura habla con nitidez e insistencia de la santidad de Jesucristo. El espíritu de Yahvé reposará sobre El (cf. Is 11, 1-5); en el anuncio de su concepción, dice el ángel a la Madre de Jesús: El Espíritu Santo vendrá sobre tí, y la virtud del Altísimo te cubrirá consu sombra, y por esto lo que nacerá de tí será santo, será llamado Hijo de Dios (Lc 1, 35). Él es el Santo y Justo (Hech 3, 14); Él es Aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10, 36).

Al hablar de la santidad de Jesucristo, no nos referimos, como es obvio, a la santidad del Verbo. Corresponde al Verbo la santidad absoluta y total que corresponde a la Divinidad. Cuando tratamos de la santidad de Jesucristo, nos referimos exclusiva y directamente a Jesucristo en cuanto hombre. Nos preguntamos, pues, cómo la santidad de Dios se comunica a la naturaleza humana de Jesús, unida al Verbo en unidad de persona.

En Cristología se habla de que existe en Cristo una triple gracia: la gracia de unión —es decir, la unión hipostática considerada en su aspecto de don o gracia otorgada a la humanidad de Jesús—, la gracia habitual —la gracia que llamamos santificante—, y la gracia capital, es decir, la gracia de Cristo posee en cuanto cabeza de la humanidad.
La santidad de Cristo es plena y total. Él es santo con la santidad del Verbo. Está ungido por el Espíritu Santo y es no sólo el portador de los dones del Espíritu, sino también el dador del Espíritu.

Esto lleva consigo la afirmación de que Él es impecable con la impecabilidad del Verbo al que está unido en unidad de Persona. Él es impecable, además, por la plenitud de gracia que posee.