1. LA SANTIDAD DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

3. El Mesías y los dones del Espíritu Santo

Sagrada Familia (Coello)

Estaba Profetizado que sobre el Mesías reposaría el Espíritu de Yahvé y la daría sus dones:

“Y brotará un retoño del tronco de Jesé (...) Sobre él reposará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yahvé. Y su respirar será en el temor de Yahvé" (Is 11, 1-3).

El Espíritu de Yahvé dará al Niño ese temor reverencial que brota del amor supremo. No tiene nada extraño que en Hebreos se atribuya al Espíritu ese amor y obediencia de Jesús que le llevan hasta ofrecer su vida en sacrificio (cf. Hb 9, 14-15). Pero Jesús no sólo recibe los dones del Espíritu. Él mismo es fruto del Espíritu. La existencia física de Jesús está en dependencia de la obra del Espíritu. El Espíritu santifica a Santa María y la prepara para ser Madre de Dios; el Espíritu viene sobre ella como la presencia de Yahvé sobre la tienda del encuentro, y por esta razón —puntualiza San Lucas— lo santo que hacerá de tí será llamado Hijo del Altísimo (Lc 1, 35).

El Mesías aparece como el fruto de la fuerza carismática del Espíritu. Esta afirmación tiene como ambiente de pensamiento cuanto se dice en el Antiguo Testamento en torno a la acción creadora y vivificadora del Espíritu de Dios (cf. p.e., Gn 1, 2; Sal 104, 30; Sb 1, 7), y a la protección de Yahvé sobre el campamento judío (cf. Ex 13, 33; 19, 16; 24, 16; 40, 36). Al narrar la concepción de Jesús por obra del Espíritu se pone de relieve que Él es el Mesías, y que en Él culmina todo el proceso salvífico desarrollado a lo largo de la historia: Jesús es concebido de un modo excepcional, como obra maestra de la intervención carismática de Dios en la historia. Por eso, el hijo engendrado por María será llamado en forma exclusiva y única Hijo de Dios e Hijo del Altísimo (Lc 1, 32-35). De ahí que San Juan diga de Jesús que no recibió el Espíritu con medida (Cf Jn 3, 34).

El mesías no sólo es portador privilegiado del espíritu de Yahvé, sino que incluso los tiempos mesiánicos se caracterizan por una especial efusión de este espíritu en el pueblo. San Pedro lo recuerda en su predicación el día de Pentecostés:

No están estos borrachos, como vosotros suponéis, pues no es aún la hora de tercia; esto es lo dicho por el profeta Joel: Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas (...) y sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días y profetizarán (Hech 2, 15-18. Cf. Jl 2, 28-32).