Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
1. La gracia de unión y la santidad de Cristo

La santidad no es otra cosa que la unión con Dios, que la participación en la íntima vida de Dios, mediante la cual el hombre es elevado a la dignidad de hijo.
La naturaleza humana de Cristo ha sido elevada por la unión hipostática a la mayor unión con la divinidad —con la Persona del Verbo— a que puede ser elevado ser alguno. De ahí que la gracia de unión sea para Cristo el mayor don que su naturaleza humana ha podido recibir. Una gracia infinita con la misma infinitud del Verbo con el que queda ontológicamente unida su naturaleza humana. Por esta unión, el hombre Jesús —la naturaleza humana de Jesús hipostasiada en el Verbo—, al ser persona en y por el Verbo, no recibe una filiación adoptiva, sino que es el Hijo natural del Padre. Como ya hemos visto, no hay en Cristo más que una única filiación al Padre. Esta filiación es la filiación natural. No se puede dar mayor unión con Dios que esta. De ahí que no se pueda dar mayor santidad,
La gracia de unión hace muy congruente que se otorgue a Cristo la gracia habitual —la gracia santificante— en toda su plenitud, junto con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. En efecto, aunque por la unión hipostática la humanidad de Cristo haya sido santificada, sin embargo permanece en sí misma simplemente humana, sin haber sido divinizada con esa transformación accidental que eleva la naturaleza y las operaciones del alma hasta el plano de la vida íntima de Dios. En efecto, la unión hipostática no cambia en nada a las naturalezas, como se vio al estudiar el Concilio de Calcedonia.
Son tres las razones que suelen aducirse para afirmar la existencia de la gracia habitual en Cristo: 1) la proximidad de la humanidad de Cristo a la fuente de la gracia, el Verbo; 2) el alma de Cristo, por su cercanía al Verbo, debía alcanzar a Dios lo mas íntimamente posible por medio de sus operaciones de conocimiento y amor, para lo que necesitaba la elevación de la gracia; c) Cristo, en cuanto hombre, es cabeza de todos los santos, con una capitalidad en la que se cumple aquello de Jn 1, 16: De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia. Para esto era necesario que tuviese la gracia que debía redundar en los demás.