Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
4. Cristo, Cabeza de la Iglesia

La expresión de Cabeza y Cuerpo místico, tan usadas por San Pablo, (cf. p.e. Rm 12, 4-6; 1 Co 6, 15; 12, 12-30; Ef 4, 7-12; Col 1, 18, etc), se aplica a Jesucristo por analogía con la cabeza y el cuerpo físicos del hombre. En concreto, se dice de Cristo que es Cabeza del Cuerpo místico por su conformidad con el cuerpo —es hombre, de la misma naturaleza que aquellos de quienes es cabeza—, y, sobre todo, porque de Él, en cuanto cabeza, fluye la vida a los miembros y da unidad al cuerpo.
Cristo es el primogénito de toda criatura (cf. Col 1, 15-18). Él es también cabeza de la humanidad regenerada, como Adán fue cabeza de la humanidad creada en estado de justicia original y caída por el pecado original (cf. Rm 5, 15-21). Cristo, nuevo Adán, mantiene con los redimidos análoga relación a la que tiene la vid con los sarmientos. Sólo se puede dar fruto, si se permanece unido a Él en forma parecida a como el sarmiento está unido a la vid. Es de la vid de donde el sarmiento recibe la savia, la vida (cf Jn 15, 1-8). A la luz de esta alegoría cobra relieve la afirmación de Jn 1, 6: De su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia. Cristo es cabeza de la Iglesia, como con tanta insistencia ha enseñado San Pablo (Cf, p.e., Rm 8, 29; 12, 3-8; 1Co 15, 45; Ef 2, 22-24; 4, 7-16; 5, 23-29; Col 1, 18-20; Tit 3, 6; Hb 5, 9). A cada uno de nosotros nos ha sido dada la gracia en la medide del don de Cristo (Ef 4, 7).
A Cristo, pues, ha sido otorgada la gracia no sólo en atención a su dignidad de Hijo, sino también en atención a su misión de nuevo Adán y Cabeza de la Iglesia, para santificarla, pues Él es el autor y principio de toda santidad y de Él dimana toda la gracia que santifica a los creyentes.
La claridad con que S. Pablo habla de la Iglesia como Cuerpo místico influye poderosamente en la patrística, de forma que esta verdad se encuentra frecuentemente presente en los escritos de los Santos Padres. Especial relevancia adquiere en la patrística griega, que subraya que la naturaleza humana de Cristo, por su unión con el Verbo, no sólo quedó deificada en sí misma, sino que adquirió un poder deificante respecto de los demás hombres. Todos constituimos un cuerpo místico con Jesucristo en cuanto que de El recibimos la vida de la gracia.
La gracia capital de Cristo no es una gracia distinta de la gracia personal de la Humanidad del Señor, sino un aspecto de esa misma gracia: de su capitalidad, de su causalidad santificadora. La misma gracia habitual de Cristo, en cuanto es fuente y causa de toda gracia que reciben los hombres, se llama gracia capital. La gracia capital, por tanto, es la gracia de Cristo en cuanto principio de la gracia en todos sus miembros.