La vida no se mide en tiempo sino en amor, el legado de Iago

05/05/2025 | By Arguments

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Hay historias que transforman, y la de Javier y Elia es una de ellas. Lo que para muchos podría haber sido una tragedia, para ellos se convirtió en un regalo incomparable. Aunque no fue un camino fácil: una noticia inesperada, un embarazo lleno de incertidumbre, un diagnóstico difícil y la tentación constante de rendirse. Pero ellos apostaron por la vida. Y en esa apuesta, descubrieron el mayor de los regalos: su hijo Iago, cuya risa tenía el poder de detener el tiempo y cuyo amor les enseñó a vivir sin reservas, sin miedo al futuro, porque a pesar de las dificultades, el amor siempre vence.

Ser madre: un desafío inesperado en un momento complicado

Cuando Javier y Elia se casaron en 2011, ser padres no estaba en sus planes inmediatos. Recién llegados a Pamplona, él trabajaba como profesor e investigador en la Universidad de Navarra, mientras ella intentaba sin éxito abrirse camino en su carrera de Medio Ambiente. La falta de oportunidades la hizo sentirse perdida, sin rumbo.

Hasta que llegó una noticia inesperada. Un embarazo en un momento incierto, justo cuando parecía que la vida no le daba respuestas. Sin embargo, en cuanto vio el test positivo, todo cambió. De repente, lo que parecía un obstáculo se convirtió en su nueva misión para Elia, la de ser madre.

Un diagnóstico difícil, una respuesta inquebrantable

La espera de un hijo está llena de momentos especiales, y la ecografía de las 20 semanas suele ser uno de los más emocionantes, porque es en la que se conoce si el bebé será niño o niña. Javier y Elia nunca imaginaron que saldrían con una noticia que cambiaría sus vidas para siempre. 

Supieron que esperaban un niño. Todo parecía normal hasta que los médicos empezaron a detenerse demasiado en la imagen del rostro del bebé. Llamaron a otro especialista, y tras unos minutos de incertidumbre, llegó la fatídica noticia: no le veían los globos oculares. 

Entonces, los médicos les ofrecieron la opción de abortar. Pero la respuesta fue inmediata y unánime. “No hizo falta mirarnos el uno al otro”, recuerda Elia. Para ellos, no había nada que decidir. “Dijimos NO sin dudarlo”, recuerda Javier. No fue una cuestión de fe o de principios, sino un instinto profundo de amor y protección a su hijo. 

Las presiones para abortar

Cada revisión médica se convirtió en una prueba más para Javier y Elia. Una y otra vez, les recordaban que aún estaban “a tiempo” de “interrumpir” el embarazo, que podían evitarse un futuro difícil. Pero ellos lo tenían claro: abortar no es interrumpir, sino poner fin al embarazo, es decir, acabar con la vida de su hijo. Algo a lo que no estaban dispuestos de ninguna manera. Su misión como padres era la de luchar por sacar adelante a ese hijo y darle todo el amor y cariño que fueran capaces. La insistencia no cesó. Para los médicos la única solución era el aborto. Se basaban en la incertidumbre: tal vez su hijo no podría ver y quizás habría otras complicaciones más graves. Pero para Elia, esas dudas no justificaban acabar con la vida de su hijo. “Si no ve, ya veremos qué hacer. Solo pensaba en soluciones, nunca en el problema como una razón para no dejarle vivir.” 

La presión médica los hizo sentirse solos. Parecía que, si decidían seguir adelante, quedaban abandonados a su suerte. Elia, en su angustia, se preguntaba qué había hecho mal, por qué Dios permitía esto. Con el tiempo comprendió que no era un castigo, sino una misión.  “Me di cuenta de que yo era un regalo para Iago. Dios me había escogido para ser su madre.”

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Del miedo a la esperanza: más allá de las dificultades, la fuerza del amor

Desde el primer día, la vida de Iago fue un reto. Llegó a este mundo con múltiples desafíos. Su salud era frágil y su desarrollo avanzaba a un ritmo muy lento. Sus primeros meses transcurrieron en el hospital, donde sus padres tuvieron que ir encajando nuevas malas noticias. A la carencia de globos oculares había que sumarle que tenía el conducto auditivo cerrado. Con el tiempo, descubrieron que Iago podía oír un poco y que, con audífonos, percibía sonidos con relativa normalidad. Y fueron descubriendo otra serie de problemas médicos que mermaban su calidad de vida. 

Cada diagnóstico parecía sumar una nueva dificultad. Elia recuerda el agobio de esos primeros días, se sentía superada. “Solo veía límites, y le daba vueltas a todo lo que Iago nunca iba a poder hacer”. Pero un día, su visión dio un giro inesperado. “¿Y si este niño tiene una misión? ¿Y si no es un castigo para mí, sino que yo soy un premio para él? Me di cuenta de que mi papel era ayudarle a cumplir su propósito”. 

El miedo y la soledad que sintieron durante el embarazo se transformaron en un torrente de apoyo. Asociaciones, terapeutas, educadores y especialistas se volcaron con Iago y su familia, demostrando que no estaban solos. “Hay mucha gente dispuesta a darlo todo por tu hijo”, dice Elia. “Pero nadie te habla de esto cuando estás embarazada. Nadie te dice que tendrás ayuda, que hay esperanza. Solo te advierten de los problemas, pero no de las soluciones”. 

“Gracias a Iago aprendimos a vivir sin reservas”

La vida de Javier, Elia y Iago fue una montaña rusa, con momentos de inmensa alegría y otros de profundo desánimo. Uno de los golpes más duros llegó cuando, en Neonatos, les confirmaron que su hijo tenía una grave cardiopatía.

Superados por la noticia, se quedaron en silencio, mirándolo en su cuna con tristeza. Hasta que algo cambió. “Nos dimos cuenta de que lo estábamos tratando como si ya se hubiera muerto”, recuerda Javier. Y pensamos, “¿Qué estamos haciendo? ¡Iago está aquí, está vivo! ¡Esto no se va a volver a repetir! No podemos tratarlo como si ya se hubiera ido. Vamos a intentar disfrutar cada segundo de vida con él y hacer que se sienta el niño más querido y feliz del mundo”. Aquel momento marcó un antes y un después. Decidieron vivir el presente, sin miedo al futuro y sin guardarse nada. “No sabíamos cuánto tiempo estaría con nosotros”, añade Elia. “Así que tratamos de no reservarnos ni un solo beso, ni un solo abrazo, ni un solo ‘te quiero’. Iago te devolvía ese amor multiplicado por mil”. 

Uno más, con un corazón inmenso

Iago conquistaba a todos con su ternura. “Sus abrazos eran únicos. Llenaban el alma”, recuerda Javier. En el colegio, sus compañeros lo aceptaban con total naturalidad. Le ayudaban en los juegos, le ofrecían sus bocadillos para que los oliera y, con orgullo, lo eligieron el más guapo de la clase.

A pesar de sus limitaciones, Iago era un luchador. Se enfrentó a cinco paradas cardiorrespiratorias y salió adelante hasta la última, cuando solo hubo tiempo para despedirse de él. Pero su vida fue plena. Contra todo pronóstico, aprobó 1º de Primaria en un colegio ordinario, y disfrutó de excursiones, juegos y momentos felices con sus amigos.

“Después de años de lucha, ver a Iago siendo simplemente un niño más fue un regalo de la vida”, dice Javier con emoción.

Una familia de verdad

En 2018, cuando Iago tenía cuatro años, nació su hermana Gabriela. Su llegada consolidó a la familia. “Pasamos de ser unos padres dedicados al cuidado de un niño con una alta discapacidad a ser una familia de cuatro, como cualquier otra”, explica Javier. Gabriela desde pequeña aprendió a comunicarse en lengua de signos y desarrolló una sensibilidad especial hacia los demás.

La vida de Iago pone de manifiesto que quienes necesitan más cariño lo devuelven multiplicado. Como dice Javier: “Lo que le hacía extraordinario no era su discapacidad, sino el amor que desprendía”.

Elia lo expresa con emoción: “Han sido ocho años y medio de puro amor. La sociedad nos vende que la felicidad está en viajar, en las experiencias, en lo material… pero ahora miro atrás y sé que hemos sido inmensamente felices sin nada de eso. Viéndole reír, viéndole avanzar… Su risa hacía que el mundo se detuviera. ¡Es lo mejor que nos ha pasado en la vida, no lo cambio por nada!”.

La vida no se mide en tiempo sino en amor

Iago vivió ocho años y medio llenos de amor y alegría. “Iago nos cambió la vida para mejor”, comenta Javier. “Hace ocho años que no viajamos, que no vamos al cine… pero todo eso es insignificante comparado con lo que hemos disfrutado con él. Nos hizo mejores personas. Antes no era alguien especialmente abierto a ayudar a los demás, pero Iago me mostró la grandeza de la entrega y la generosidad”.

Elia, quien dedicó por completo estos años al cuidado de su hijo, siente ahora el deseo de reorientar su profesión para seguir ayudando a otros niños con dificultades. Iago vivió poco tiempo, pero dejó una enseñanza eterna. “Cada vida es valiosa. Amar sin límites lo cambia todo”, afirman sus padres. “El verdadero drama no es tener un hijo enfermo o con una discapacidad, sino que haya niños a los que no se les quiera”. Su testimonio transformó su fe. “Descubrimos que la felicidad no está en que las cosas salgan como tú quieres, sino en aprender a amar lo que Dios te da”. 

*Artículo original publicado en opusdei.es: https://opusdei.org/es-es/article/testimonio-dificultades-embarazo-discapacidad-familia-pamplona/

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