El fracaso derrota a los perdedores e inspira a los ganadores. - Robert t. Kiyosaki- Hay muchos textos antiguos, algunos antiquísimos, que bien pudieran haberse escrito en nuestros días. Es el caso del historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano, Publio Cornelio Tácito, muerto en el 117 d.C., cuando escribe en De oratoribus: Hay defectos que parecen haber sido concebidos ya en el vientre de las madres. Hablo del apasionamiento por los histriones, caballos y gladiadores. ¿Cuánto tiempo pueden dedicar a los estudios quienes viven asediados por estos pensamientos? Y ¿dónde encontrar un joven que hable de cualquier otra cosa en su casa? Y si nos acercamos a una escuela, ¿qué otras cosas podemos oír entre los muchachos?¡Ni siquiera los maestros hablan de otra cosa! Si cambiamos tres palabras: histriones, caballos y gladiadores, por otras tres más actuales: actores, coches y futbolistas, ¿el texto no es plenamente actual?, ¿no podría haberlo firmado cualquier escritor contemporáneo? Con lo que se demuestran dos cosas:
A pesar de lo dicho, soy de los que piensan que el hombre, al ser libre, puede nadar a contracorriente. La persona humana cuenta con energías interiores, y no solo con la fuerza física, para invertir la derrota, para demoler ciertos ídolos, para romper las cadenas de los vicios y malas costumbres, para no acomodarse a la masa, para rebelarse ante los imperativos de la moda, y para no acomodarse a la opinión dominante de lo políticamente correcto. Albert es un joven al que diagnostican cáncer y decide vivir contracorriente apoyándose en valores como el respeto, la disciplina, el esfuerzo, las ganas, el compañerismo y —sobre todo— a no rendirse jamás. Practica la autosuperación constante, porque, dice Albert: Desde que me diagnosticaron la enfermedad, vivo remando entre cataratas y tramos de fuerte desnivel, luchando por aquello que creo y que me hace sentir fuerte. Porque señores: hay que aprender a vivir a contracorriente. A contracorriente, invertir la derrota; para ello nuestra fe transcendente tendría que ser como esa piedrecilla en el zapato que nos incomoda. Y si nuestra conciencia no nos incomoda, quizás sea porque ha caído en el error que señala Mt 5, 13: si la sal se vuelve sosa… Hay que recuperar las cautelas de las que habla san Juan de la Cruz, en el convencimiento y en la esperanza de que, poniendo los medios, se pueden invertir las derrotas.