Jesús en casa de Marta y María. Velázquez

17/05/2014 | By Arguments

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Marta y María

Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa (Lc 10, 33 y ss). Por otros pasajes del evangelio, especialmente de Juan, sabemos que aquella aldea era Betania, no lejos de Jerusalén, hacia donde se encaminaban Jesús y sus discípulos. Conocemos que en aquella casa vivían tres hermanos amigos de Jesús: Marta, ya mencionada, Maria y Lázaro. Cualquier padre o madre de familia puede imaginarse qué supondría esa invitación. Jesús era el distinguido Rabbí, el cual, además, venía con discípulos, sin duda hambrientos del camino. La actividad doméstica se multiplicó para agasajar a Jesús y alimentar a sus acompañantes. Era un trabajo repentino e ímprobo. La narración continúa: Ésta [Marta] tenía una hermana llamada María que, sentada junto a los pies de Jesús, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios.

Cómo Velázquez capta el espíritu de la escena

Velázquez ha de relatar la escena entera y se le ocurre el recurso del espejo. Vemos a Marta que mira hacia al frente con recelo, atareada en la preparación de la comida. ¿Qué se desarrolla ante ella? Lo vemos en el espejo que cuelga en la pared y que refleja lo que ocurre delante de Marta. Jesús, sentado, predica –ya hemos hablado de lo grato y atractivo de su predicación– y asentada en el suelo María no pierde ni gesto ni palabra del Rabbí. Con la súbita aparición inesperada de los invitados, las tareas se intensificaron. Marta, como buena mujer, quiere con todo cariño que los huéspedes se sientan contentos y satisfechos; pero echa en falta la ayuda de su hermana e incluso se contraría. Velázquez pinta una escena costumbrista, un bodegón. Retrata a Marta con el rostro ceñudo, gesto que le da hermosura, aunque bien sabemos lo que acontece: Hasta que acercándose [Marta] dijo: `Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? (Lucas 10, 40). Marta estaba enfadada, pero se dirige a Jesús con la confianza que sólo puede dar la amistad, en el seno de una familia. Marta quería que su hermana María fuera regañada por Jesús. Lo esperaba porque conocía bien al Maestro y sabía que Jesús apreciaba esos detalles de hospitalidad doméstica. El tono de la conversación fue confidente y Marta se dirigió a su amigo con un enfado deliberadamente exagerado frente a su pobre hermana, la cual tenía derecho a estar con un invitado tan ilustre. La respuesta de Jesús primeramente nos deja sorprendidos, aunque en el interior de tanta confianza habría que ver el tono, la mirada y aún los gestos y rostro del Rabbí: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas. Únicamente la repetición del nombre propio de la mujer, indica la grandísima intimidad y complicidad que habría entre ellos: Solo una cosa es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no le será quitada (Lucas 10, 41). Marta entendió inmediatamente lo que le quería decir el Maestro. Pero a mí no me importa imaginar el cruce de miradas. La sonrisa de María, que de seguro se levantó a ayudarla. La lección era clara: María se alimentaba de verdad con la sabiduría de Jesús. Y el Maestro agradecía las molestias de su hermana Marta, aunque quedase claro que “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra”, como escribe Juan, 4, 34.

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