12 enseñanzas de la Iglesia sobre el cuidado de las personas al final de la vida

29/09/2020 | Por Arguments

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12 aportaciones del Magisterio sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y al final de la vida que nos recuerda la "Samaritanus Bonus":

  1. La prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido
  2. La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico
  3. Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación
  4. Los cuidados paliativos
  5. El papel de la familia y los hospices
  6. El acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica
  7. Terapias analgésicas y supresión de la conciencia
  8. El estado vegetativo y el estado de mínima consciencia 
  9. La objeción de conciencia por parte de los agentes sanitarios y de las instituciones sanitarias católicas
  10. El acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos
  11. El discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o el suicidio asistido
  12. La reforma del sistema educativo y la formación de los agentes sanitarios

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1. La prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido

La eutanasia es un acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia. La vida tiene la misma dignidad y el mismo valor para todos y cada uno: el respeto de la vida del otro es el mismo que se debe a la propia existencia. "El suicidio asistido hace partícipe a otro de la propia desesperación, induciéndolo a no dirigir la voluntad hacia el misterio de Dios, a través de la virtud moral de la esperanza, y como consecuencia a no reconocer el verdadero valor de la vida y a romper la alianza que constituye la familia humana". "La actitud de quien atiende a una persona afectada por una enfermedad crónica o en la fase terminal de la vida, debe ser aquella de “saber estar”, velar con quien sufre la angustia del morir, “consolar”, o sea de ser-con en la soledad, de ser co-presencia que abre a la esperanza".

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2. La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico

La dignidad de la persona humana se concreta como derecho a morir en la mayor serenidad posible y con la dignidad humana y cristiana que le son debidas. Tutelar la dignidad del morir significa tanto excluir la anticipación de la muerte como el retrasarla con el llamado “ensañamiento terapéutico”. Ante la inminencia de una muerte inevitable es lícito tomar la decisión de renunciar a los tratamientos que procurarían solamente una prolongación precaria y penosa de la vida, sin interrumpir todavía los cuidados normales debidos al enfermo en casos similares.   Esto significa que no es lícito suspender los cuidados que sean eficaces para sostener las funciones fisiológicas esenciales, mientras que el organismo sea capaz de beneficiarse (ayudas a la hidratación, a la nutrición, a la termorregulación y otras ayudas adecuadas y proporcionadas a la respiración, y otras más, en la medida en que sean necesarias para mantener la homeostasis corpórea y reducir el sufrimiento orgánico y sistémico).

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3. Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación

Un cuidado básico debido a todo hombre es el de administrar los alimentos y los líquidos necesarios; es decir, la continuidad de la asistencia en sus funciones fisiológicas esenciales.

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4. Los cuidados paliativos

"De la continuidad de la asistencia forma parte el constante deber de comprender las necesidades del enfermo: necesidad de asistencia, de alivio del dolor, necesidades emotivas, afectivas y espirituales". La medicina paliativa constituye un instrumento precioso e irrenunciable para acompañar al paciente en las fases más dolorosas, penosas, crónicas y terminales de la enfermedad. Los cuidados paliativos son la expresión más auténtica de la acción humana y cristiana del cuidado. Los cuidado paliativos tienen como objetivo acompañar y aliviar los sufrimientos en la fase final de la enfermedad,  mejorando – en la medida de lo posible – la calidad de vida y el bienestar del enfermo.

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5.  El papel de la familia y los hospices

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6. El acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica

Desde la concepción, la vida es sagrada, única, irrepetible e inviolable, exactamente como aquella de toda persona adulta. En el caso de las patologías prenatales “incompatibles con la vida” y en ausencia de tratamientos fetales o neonatales capaces de mejorar las condiciones de salud de estos niños, han de ser acompañados, como cualquier otro paciente, hasta la consecución de la muerte natural. Desafortunadamente, la cultura hoy dominante no promueve esta perspectiva: a nivel social, el uso a veces obsesivo del diagnóstico prenatal y el afirmarse de una cultura hostil a la discapacidad inducen, con frecuencia, a la elección del aborto, llegando a configurarlo como una práctica de “prevención”.

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7. Terapias analgésicas y supresión de la conciencia

Para disminuir los dolores del enfermo, la terapia analgésica utiliza fármacos que pueden causar la supresión de la conciencia (sedación). La Iglesia afirma la licitud de la sedación como parte de los cuidados que se ofrecen al paciente, de tal manera que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible y en las mejores condiciones interiores. Esto es verdad también en el caso de tratamientos que anticipan el momento de la muerte (sedación paliativa profunda en fase terminal), siempre, en la medida de lo posible, con el consentimiento informado del paciente. El uso de los analgésicos es, por tanto, una parte de los cuidados del paciente, pero cualquier administración que cause directa e intencionalmente la muerte es una práctica eutanásica y es inaceptable. La sedación debe por tanto excluir, como su objetivo directo, la intención de matar, incluso si con ella es posible un condicionamiento a la muerte en todo caso inevitable.

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8. El estado vegetativo y el estado de mínima consciencia

Es siempre engañoso pensar que el estado vegetativo, y el estado de mínima consciencia, en sujetos que respiran autónomamente, sean un signo de que el enfermo haya cesado de ser persona humana con toda la dignidad que le es propia. Al contrario, en estos estados de máxima debilidad, debe ser reconocido en su valor y asistido con los cuidados adecuados. El hecho que el enfermo pueda permanecer por años en esta dolorosa situación sin una esperanza clara de recuperación implica, sin ninguna duda, un sufrimiento para aquellos que lo cuidan. Es necesario prever una ayuda adecuada a los familiares para llevar el peso prolongado de la asistencia al enfermo en estos estados, asegurándoles aquella cercanía que los ayude a no desanimarse y, sobre todo, a no ver como única solución la interrupción de los cuidados. Hay que estar adecuadamente preparados, y también es necesario que los miembros de la familia sean ayudados debidamente.

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9. La objeción de conciencia por parte de los agentes sanitarios y de las instituciones sanitarias católicas

Ante las leyes que legitiman – bajo cualquier forma de asistencia médica – la eutanasia o el suicidio asistido, se debe negar siempre cualquier cooperación formal o material inmediata. No existe el derecho al suicidio ni a la eutanasia: el derecho existe para tutelar la vida y la coexistencia entre los hombres, no para causar la muerte. El único verdadero derecho es aquel del enfermo a ser acompañado y cuidado con humanidad. Solo así se custodia su dignidad hasta la llegada de la muerte natural. Donde esta no esté reconocida, se puede llegar a la situación de deber desobedecer a la ley, para no añadir injusticia a la injusticia, condicionando la conciencia de las personas.

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El momento de la muerte es un paso decisivo del hombre en su encuentro con Dios. La Iglesia está llamada a acompañar a los fieles en esta situación, ofreciéndoles los “recursos sanadores” de la oración y los sacramentos. La calidad del amor y del cuidado de las personas en las situaciones críticas y terminales de la vida contribuye a alejar de ellas el terrible deseo de poner fin a la propia vida. Solo un contexto de calor humano es capaz de sostener al enfermo en la esperanza. Este acompañamiento forma parte de los cuidados paliativos y debe incluir al paciente y a su familia. La familia tiene un papel importante en el cuidado, cuya presencia, apoyo, afecto, constituyen para el enfermo un factor terapéutico esencial. Ser expertos en humanidad significa favorecer, a través de las actitudes con las que se cuida del prójimo que sufre, el encuentro con el Señor. El momento sacramental es siempre el culmen de toda la tarea pastoral de cuidado que lo precede y fuente de todo lo que sigue. La Iglesia llama sacramentos «de curación» a la Penitencia y a la Unción de los enfermos, que culminan en la Eucaristía como “viático” para la vida eterna.

11. El discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o el suicidio asistido

En el caso en el que una persona no se encuentre en las disposiciones objetivas para recibir los sacramentos, es necesaria una cercanía que invite siempre a la conversión. Sobre todo si la eutanasia, pedida o aceptada, no se lleva a cabo en un breve periodo de tiempo. Se tendrá entonces la posibilidad de un acompañamiento para hacer renacer la esperanza y modificar la elección errónea, y que el enfermo se abra al acceso a los sacramentos.

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12. La reforma del sistema educativo y la formación de los agentes sanitarios

El papel de la educación es ineludible. La familia, la escuela, las demás instituciones educativas y las comunidades parroquiales deben trabajar con perseverancia para despertar y madurar aquella sensibilidad hacia el prójimo y su sufrimiento. Es prioritaria la difusión de una correcta información sobre la eficacia de los cuidados paliativos para un acompañamiento digno de la persona hasta la muerte natural. Las estructuras sanitarias y asistenciales deben preparar modelos de asistencia psicológica y espiritual para los agentes sanitarios que tienen a su cargo los pacientes en las fases terminales de la vida humana. Hacerse cargo de quienes cuidan es esencial para evitar que sobre los agentes y los médicos recaiga todo el peso del sufrimiento y de la muerte de los pacientes incurables. Estos tienen necesidad de apoyo y de momentos de escucha para poder procesar el sentido de la angustia, del sufrimiento y de la muerte en el ámbito de su servicio a la vida. Tienen que poder percibir el sentido profundo de la esperanza y la conciencia que su misión es una verdadera vocación a apoyar y acompañar el misterio de la vida y de la gracia en las fases dolorosas y terminales de la existencia. * También te puede interesar:  https://www.arguments.es/culturadelavida/2020/09/28/samaritanus-bonus-sobre-el-cuidado-de-las-personas-al-final-de-la-vida/

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