"Cada uno es inolvidable. He hecho seis viajes por mi cuenta y 53 a bordo del avión papal, a partir de 1998, cuando me vine a Roma".
"Tengo uno por Papa. El último viaje americano de Juan Pablo II a Toronto, Guatemala y México, en 2002, por su devoción a la Virgen de Guadalupe. La Jornada Mundial de la Juventud de Sídney con Benedicto XVI en 2008, por la alegría de los jóvenes de Asia. Y el viaje a Kenia, Uganda y República Centroafricana con Francisco en 2015 por su valentía de llegar hasta Bangui, que carecía de gobierno operativo y donde fuimos a la aventura".
"Encantador. Con una mirada y una sonrisa muy dulces. También muy claro en lo que te dice. Lo mejor de cada viaje es el vuelo de ida, cuando viene a saludarnos uno por uno a nuestros asientos en el avión. Como somos en torno a setenta periodistas, le lleva más de una hora".
"La alegría de ver que hay muchos niños, y que los padres y madres los alzaban con orgullo al paso del papamóvil para que los bendijera. Y la emoción de ver el inmenso deseo de paz de la gente al cabo de medio siglo de guerra".
"Surgió un amor a primera vista desde que Francisco aterrizó en Bogotá. Se ha creado una sintonía especial, muy similar a la de México con Juan Pablo II. Les asombro su tenacidad en apoyar la reconciliación entre personas".
"El encuentro con las víctimas y exguerrilleros en Villavicencio, porque va al centro de la gigantesca pesadilla –medio siglo de guerra con más de un cuarto de millón de muertos- que Colombia está dejando atrás".
"El asombroso ejemplo de una persona que, a los 80 años, estira aún más la actividad de cada día incluyendo encuentros con grupos por la noche en la nunciatura. Y la fuerte espiritualidad de sus discursos, difícil de transmitir a través de un periódico. ¡Hay que verlos o leerlos!".
"De este viaje, el ejemplo de poner “a mal tiempo buena cara” y bromear después de abrirse la ceja y el moratón en el pómulo".