
El esposo de María ya comienza a hacer los preparativos. Ha comprado queso, higos secos y un odre nuevo que llenará de agua para el camino. Sin embargo, la situación le desconcierta completamente: no entiende.
Es el claroscuro de la fe. Porque el no comprender no significa no aceptar. Significa certeza sin ver con los sentidos. Y él acepta plenamente y también grita en su interior: “Hágase tu voluntad aunque no responda mi pobre intelecto”.
Entrada anterior: La llena de gracia – Jueves II Semana de Adviento
Entrada siguiente: La promesa de Isaías – Sábado II Semana de Adviento
(Visited 380 times, 1 visits today)