">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2017/04/llevo-conmigo-todo-mis-bienes-e1492766568422.jpg"> Somos gente extraña. Nos pasamos la vida haciendo cosas que detestamos con objeto de ganar dinero, para comprar cosas que no necesitamos e impresionar a personas que no nos caen bien. —Laurence J. Peter— Bías de Priene fue uno de los siete sabios de Grecia, que alcanzó gran fama como legislador en el s. VI a. C. Asediaba Ciro, rey de los persas, a Priene, la ciudad natal del filósofo y político. Antes de que el cerco se cerrase, todos los ciudadanos se apresuraron a salir, llevándose consigo cuanto podían. Bías se unió a los que huían; sin llevar absolutamente nada. —¿Cómo es que lo abandonas todo?, le preguntaron asombrados algunos fugitivos. Y Bías, aludiendo a su sabiduría, capaz de proporcionarle el sustento en cualquier lugar adonde se dirigiese, repuso tranquilamente: —Llevo conmigo todos mis bienes. El drama del hombre actual radica en el enorme potencial que tiene para conseguir todos, o casi todos, los bienes materiales. Es una contradicción, pero es la realidad: mientras más se llena de cosas, más se vacía interiormente. Cegado por el afán de posesión material, olvida la esencia de las cosas, y da todo su valor a la posesión. Obcecado, autoengañado, el hombre desconoce que su verdadera grandeza no la da la altura de su pedestal, sino la profundidad de su alma. Ansía ser más grande, más poderoso, más autosuficiente y para conseguirlo se pasa la vida agitándose, trabajando, peleando para acumular bienes. Pierde su tiempo y su salud tratando de añadir unos centímetros a su escaño a la vez que se esfuerza en ignorar que lo grande de la persona humana no radica en su «haber» sino en su «ser». Es obvio que si estamos fundamentalmente hechos para el infinito, no colmará el abismo de nuestros deseos la acumulación de bienes materiales. ¡Ojo! No estoy diciendo que la riqueza y el poder sean malos en sí, el mal está en creer que son la condición para la verdadera grandeza. Lo importante no es tener riquezas o no, lo decisivo es ser completamente libre de las riquezas. Hay que tener en cuenta que por el simple hecho de ser pobre no se deja, automáticamente, de ser esclavo de las cosas materiales: la envidia, el deseo, la lucha por poseer más pueden ser una atadura que esclaviza tanto como la otra. Hay que soltar lastre para poder elevarse. Hay que desprenderse voluntariamente, de vez en cuando, de algunos bienes, porque el que se halla preparado alberga una riqueza sin igual que le permite sentirse despegado de las cosas externas y así, desprendiéndose de todos sus bienes, adquiere el sumo bien.