Santa Isabel, la prima de la Madre del Mesías

31/10/2018 | Por Arguments

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Zacarias

Con María todo es fácil

"¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" (Lc 1, 43) ¿Por qué tengo tanta suerte para que venga la Madre de mi Señor a visitarme? No me lo explico. ¿Qué hace María aquí? Nadie me hacía tanta falta como ella, pero no me atrevía ni a contarle lo que había pasado porque estaba segura que vendría: ella es así. Eso la define. No se detiene ni un minuto de más en lo suyo. Vive para hacernos felices y lo logra como nadie. Ahora no me da miedo nada. Con María será fácil dar a luz a Juan. Este niño es un terremoto: no para quieto. Se ha llenado de alegría al presentir a María. 

Ser madre al final de la vida

No esperaba mucho de la vida, y Dios, como siempre, se ha guardado lo mejor para el final. Zacarías no para de preguntarme si estoy bien, si duermo bien. Es que no quiero dormirme. Me da miedo despertar y que esto haya sido sólo un sueño: es tan maravilloso. Dios es tan bueno. Nunca dudé de que me escuchaba pero comprobaba año tras año que mis peticiones no se cumplían. El sabrá mejor, me decía a mi misma, o quizá él me lo susurraba. Yo sólo quería un hijo y cuando parecía imposible me ha regalado el más grande de los nacidos de mujer. 

Dios siempre sorprende con sus planes

Dios me ha sorprendido con sus planes. Ya no haré cálculos nunca más. Quien iba a soñar lo que estoy viendo con mis ojos. Mi prima la Madre del Mesías y yo esperando al precursor. Si me lo dicen antes pensaría que se burlaban de mí. Hubiera sido una broma de muy mal gusto decirle eso a una pobre mujer sin hijos. Pero así es Dios, le gusta romper los moldes, los esquemas y los planes demasiado pequeños. Le encanta cambiar las tornas. Le apasiona la sorpresa y lo inesperado, lo desconocido, lo que no se puede intuir, el misterio. 

Cuando no tenía ninguna esperanza, entró Dios en juego y lo cambió todo

Llegué a pensar que Dios no confiaba en mí, en mi capacidad de cuidar a un niño y no le culpo porque yo lo pienso y estoy convencida de ello. A la vez tenía tantas ganas que me resistía a creer que Dios fuera así. Cuando no había ninguna esperanza empecé a resignarme y acepté, al menos superficialmente, que no sería madre. Entonces sucedió en el templo lo que ya sabéis: cómo se encontraron Gabriel y mi esposo. No podía creerlo. Libre de escucharle durante una temporadita: ¡qué bueno es Dios! Y eso no era lo mejor. Dios nos había concedido el mayor regalo. A mi vida no le faltaba mucho para apagarse pero le quedaba lo mejor. ¡Gracias Dios mío! Cuando quieras Zacarías ya puede volver a hablar: estos meses le he leído la cartilla mil veces y me ha tenido que escuchar sí o sí. Creo que no volverá a arriesgarse.

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