Las bodas de Caná. Bernat Martorell

29/03/2014 | Por Arguments

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LAS BODAS DE CANÁ Caná de Galilea (hoy se supone que es el pueblecito de Galilea Kef-Kená) dista unos pocos kilómetros de Nazaret. No es de extrañar que alguna amistad de la familia –vecinos o parientes cercanos– hubieran invitado a Jesús y María, como nos relata Juan, a una boda en esa localidad. El hecho de que no mencionen en la narración a José resulta extraño, salvo que admitamos que, para entonces, José hubiese muerto. La omisión es muy elocuente, con mayor motivo, en una sociedad patriarcal, como lo era en aquel entonces Israel. Jesús ya tiene algunos discípulos pues, como hemos visto, unos cuantos le siguen guiados por Juan Bautista, y probablemente habría algún otro más. Jesús es agradecido y acepta la invitación, con más razón si debía acompañar a su madre viuda. Creo que es importante resaltar que Jesús estaba a punto de comenzar su misión y que era su obligación abandonar definitivamente Nazaret y a su madre, y que aquello no le resultaba fácil. ¿Quién se ocuparía de su madre viuda? Puede que la respuesta nos la dé el suceso, tan simpático, que tiene lugar en una boda campesina en la Galilea de aquel tiempo. Juan 2, 1 y ss. “había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice ‘No tienen vino’. Jesús le dice: ‘Mujer, ¿Qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora’ Su madre dice a los sirvientes: ‘haced lo que él os diga’. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: ‘llenad las tinajas de agua’. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: sacad ahora y llevarlo al mayordomo’ (el mayordomo era algún pariente al que se le encargaban todos los detalles de la fiesta y debía procurar que todo funcionase perfectamente, estando preocupado por la falta de vino, tan esencial en una boda). Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (...) y entonces llama al esposo y le dijo: ‘todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Nuestro pintor gótico, Martorell, intenta en un solo cuadro reflejar todo lo que ocurrió. Muestra a Jesús con corona de aureola de oro, significando así su santidad, y a sus pocos discípulos detrás. Vemos a su izquierda a María pidiendo que obre el prodigio. El hombre vestido de verde, que mira a los comensales, parece ser el mayordomo, pues no está comiendo, sino que está de pie y departe, probablemente con el esposo o con algún pariente, acerca de la excelente calidad del vino. Si el vino ya está servido en la mesa –como lo está en el cuadro– el suceso ya se ha realizado. Pero es como un cómic, en el que acontecen varias cosas a un tiempo, porque también las criadas llenan las tinajas de agua. Jesús hace feliz a la pareja sin que esta se entere, con un detalle de enorme caridad para que los recién casados no quedaran mal. Si discute con su madre es porque no quería hacer ese prodigio. Pero una madre lo puede todo. En el fondo, María empujaba a Jesús a abandonar Nazaret sin temor a dejarla, haciendo que manifestase antes de tiempo –‘no ha llegado mi hora’– su condición de taumaturgo. En realidad, con ello ya ha llegado su hora. Ya es patente su poder sobre la Naturaleza. Así termina la narración del suceso: “Este fue el primero de los signos que Jesús realizó (…), así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”. Se produce una conversión en aquellas almas, que aún no habían visto de lo que era capaz Jesús y sólo confiaban en el ascendiente de Juan el Bautista.

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