Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. Cristología y teología
- 2. Cuestiones metodológicas propias de la Cristología
- 3. La salvación, don divino y aspiración humana
3. Lugar de la Cristología como tratado teológico

El decreto Optatam totius del Concilio Vaticano II dice en el nº 14: “La enseñanza de la Teología debe ser la contemplación del misterio de Cristo y de la historia de la Salvación”. Con la Cristología estamos tocando, pues, el punto nuclear de la Teología. El centro del quehacer teológico es la cristología ya que el cristianismo es Cristo. Del Señor importa, si se puede hablar así, muchísimo más su Persona —lo que Él es—, que lo que Él dijo, que su doctrina, pues la fuerza vinculante de sus enseñanzas depende de la autoridad de su Persona.
Las verdades de fe del Dios que se revela y del Dios que es Uno y Trino están aseguradas para nosotros en la predicación de Cristo. Sólo por Cristo ha adquirido el mundo la certeza infalible de que en el cielo hay un Padre que reina y que desde la eternidad engendra un Hijo consustancial con El, con quien está unido en eterno amor por el Espíritu Santo. Por este Hijo se ha manifestado definitivamente a nosotros. No llegamos al Hijo partiendo del Padre, sino que creemos en el Padre, porque el Hijo lo ha revelado. No fue primero la fe trinitaria y luego la fe en Cristo, sino al revés. Sólo en el Hijo adquirimos certeza del Padre y del Espíritu Santo porque el Hijo es la revelación viva de la bondad paterna. Lógicamente la fe trinitaria, en sí misma, es lo primero; en la historia de la revelación, lo segundo.
Lo mismo ocurre con relación a los dogmas de la creación, del estado primitivo del hombre, del pecado original y de la redención. Todas estas verdades reciben de la fe en el Hijo de Dios hecho hombre su puesto peculiar en la predicación cristiana, su fundamento y su justa perspectiva.