El prendimiento. Francisco de Goya

16/04/2014 | Por Arguments

https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/04/prendimiento-cristo-goya-catequesis-arte-arguments.jpg|https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/03/the-arrest-of-christ-1788.jpg' style='height:auto;max-width:500px;width:100%;display:block;margin:auto;object-fit:cover'>
EL PRENDIMIENTO Judas Iscariote sabía que al Rabbí le gustaba hacer oración en el huerto oscuro más allá del Cedrón. Por ello, acompañó hasta el olivar a la guardia personal del Sanedrín –órgano plenario y soberano de los sacerdotes judíos–, iluminada con antorchas y pertrechada de armas. Habían pactado que Judas besaría al Maestro para señalar de quién se trataba y así prenderlo sin errores. Jesús ya esperaba pacientemente, aunque de manera dolorosísima, aquel encuentro. A lo lejos se empezó a oír el tropel de voces y a vislumbrarse las luces de las antorchas que se acercaban. Judas, adelantándose unos pasos hacia el Maestro, le dio un beso en la mejilla. Jesús conocía las intenciones de su amado y a la vez traidor discípulo y le dijo, no sin un punto de ironía: “amigo, ¿a qué vienes?” (Mateo 26, 50). Efectuada la señal, los soldados de la guardia detuvieron a Jesús, que les dejó hacer mansamente, aunque siguiendo con su ironía triste dijo: “¿habéis venido a prenderme (…) como a un bandido?” (Mateo 26, 55). Goya hace un genial retrato de la mansedumbre de Jesús, utilizando un recurso de luces, que mostrará también en su obra “Los fusilamientos del tres de mayo”. La luz viene del brazo oculto del personaje en primer plano, como de un farol o candil ocultos a nuestra vista, y pone de manifiesto la imagen de paciencia y dolor de un hombre triste y maniatado. Goya exagera la fealdad de los rostros de los que le prenden y especialmente la de Judas, que besa la mejilla del humilde galileo, quien no ofrece resistencia, cerrando levemente sus párpados en gesto de acatamiento. Su cuerpo inclinado hace ver que le arrastran a empellones. Su pasión ha comenzado. El impresionismo de Goya nos esboza una escena en movimiento. Los otros discípulos, tras hacer ridículos intentos por defenderlo, huyen despavoridos. Jesús se queda sólo. Nos dice Marcos que algún discípulo aprovechando la nocturnidad seguía de lejos el paradero del Maestro, al cual guiaban hacia la ciudad (Marcos 14, 51). Por último, es importante ponerse en situación. Uno de sus amadísimos y próximos le traiciona. Aquello supuso una enorme y dolorosa decepción. Y la forma es patética, pues adultera el lenguaje corporal, convirtiéndolo meramente en un acto externo de amor. Un beso. Una señal insincera y cínica de amor. Quienes podrían ayudarle, sólo un momento antes dormitaban en la tranquilidad de la noche. Ahora, además, todos los discípulos huyen en desbandada, con pánico. Les vence el temor antes que el amor. Les vence su poquedad frente a un ejercitucho de mala muerte. ¿Qué sentía Jesús? Para nosotros hubiese sido una causa indiscutible de indignación auténtica. Sería un justo motivo de agravio y desmoronamiento. Pero Jesús conoce así su naturaleza humana, limitada y débil…

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