Javier y Elia nunca imaginaron que su primer hijo cambiaría sus vidas para siempre.
Elia no tenía trabajo y se sentía perdida y sin rumbo, hasta que se enteró de que estaba embarazada. A partir de ese momento, ser madre se convirtió en su nueva misión.
Pero en la ecografía de las 20 semanas, llegó la dura noticia de que algo no iba bien: no le veían los globo oculares al bebé. A partir de ahí, la presión para abortar empezó a ser algo continuo.
Les decían que podían evitarse un futuro difícil, y que interrumpieran el embarazo. Pero abortar no es interrumpir, sino acabar con la vida de su hijo; algo a lo que no estaban dispuestos de ninguna manera.
Para ellos no había nada que decidir. No era una cuestión de fe o de principios, sino un instinto profundo de amor y protección a su hijo. Harían todo lo posible por sacar adelante a su hijo, viniera como viniera.
Elia se culpaba y angustiada se preguntaba qué había hecho mal. Hasta que un día pensó que quizás no era un castigo, sino una misión; y ella era la elegida para ayudar a su hijo a llevarlo a cabo.
Iago nació prematuro, con problemas de salud y muchas incógnitas. No sabían lo que viviría, una horas, semanas o unos años. Era ciego, tenía los conductos auditivos cerrados, presentaba problemas cardíacos y dificultades para crecer, entre otros...
Estuvo en la UCI de Neonatos sus cuatro primeros meses de vida, hasta que le dieron el alta y pudieron llevárselo a casa.
Javier y Elia pasaron de sentirse solos y abandonados, a encontrarse apoyados por un montón de asociaciones e instituciones que se volcaron para dar a Iago la mayor calidad de vida.
Decidieron vivir al día y disfrutar cada momento con él, tratando de darle todo el cariño que fueran capaces. Iago les enseñó a darse sin reservas, a no guardarse ningún beso ni ningún abrazo para más tarde, y él les devolvía ese amor multiplicado por mil.
Iago era extraordinario no por su discapacidad, sino por el amor que desprendía. ¡Disfrutaba como nadie! Conquistaba a todos con su risa y sus abrazos.
Con la llegada de su hermana Gabriela, la familia se consolidó.
A pesar de sus limitaciones, aprobó 1º de Primaria en un colegio ordinario y disfrutó de excursiones y juegos con su familia y amigos.
¡Era un luchador!
Iago vivió 8 años y medio. Javier y Elia solo pueden decir con agradecimiento que Iago les cambió la vida para mejor, enseñándoles que el valor de la vida
no se mide en tiempo,
sino en amor.