Joven rico, "Dios no quería mis logros, me quería a mí"

18/08/2020 | Por Arguments

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«Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme». Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes».

Perdí un tesoro por conservar unas monedillas de hojalata

Tuve un tesoro al alcance de la mano, pero dejé escapar la oportunidad. Era una auténtica ganga, una oferta muy rentable y sin ningún riesgo. Pero me dio miedo. No el negocio, que no podía ser mejor, sino mi frágil voluntad. Algunos pensarán que fueron mis riquezas las que me retuvieron. Eso es verdad también. Pero lo que estaba detrás de todo es lo inseguro que soy. Los bienes que había acumulado eran muchos, pues Dios me había concedido talentos sin cuento, y como soy muy perfeccionista, los había hecho rendir al máximo. Aún así, no conseguía la tranquilidad que buscaba y ansiaba. Por eso me atreví a pedirle más a Jesús. Sentía que necesitaba algo más. Pensaba que tenía dinero y talentos suficientes para comprar lo que fuera, pero Jesús me rompió los esquemas. No quería todo eso, me quería a mí. Su amor no me pedía, y menos me exigía, que hiciera nada, sino que me dejara querer. Tenía que abandonar la seguridad de mis logros, de mis éxitos. Yo ya cumplía todos los mandamientos de la ley. Me invitaba a ser querido por mí mismo. Eso sí que era un riesgo. Y eso me dio pavor. No me cabía en mi cabeza hueca que alguien me pueda querer sin más, sin pedir nada a cambio, solo porque le da la gana. Me parece imposible y más en mi caso. 

En el fondo no me fiaba de Dios

No consigo imaginar qué se puede sentir en una situación así. No quiero soñar con que eso exista realmente, porque entonces seré muy infeliz si no lo tengo, si no lo encuentro, si no lo puedo disfrutar.  Yo no sabía si podría vivir así, dejándome querer. No sabía si iba a sentir la misma ilusión de entonces cada día de mi vida. Imaginaba que quizá llegaría un momento en que me hartara y mandara todo a paseo. No sabía lo que me iba a encontrar y no quería comprometerme y luego fallar. En realidad no me fiaba de mí. Pero en el fondo es que no me fiaba de Dios, de cómo me había hecho, del corazón tan grande que me había dado, de mi absoluta necesidad de ser querido, apreciado y estimado. Todo eso me parecía un lastre, una dependencia, me hacía vulnerable. 

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2020/08/22El-joven-rico22-Heinrich-Hofmann-300x225.jpg" alt="" width="800" height="600" /> "El joven rico", obra de Heinrich-Hofmann.

Prefería la seguridad a la felicidad

Yo quería saber cómo serían las cosas, qué se esperaba de mí, hasta dónde tenía que llegar mi entrega. Reclamé seguridad y eso echó por tierra la invitación de Jesús. Estaba exigiendo lo que el amor no puede dar. Estaba ahogando una planta muy fuerte pero cuya semilla es la más frágil. Una planta que lo aguanta todo menos la sospecha. Una planta que da sombra, cobijo y muchos frutos pero no de inmediato sino cuando llega su tiempo. Quise recoger la cosecha antes de tiempo y la eche a perder.

Me fui triste porque tuve que volver a mi angustia, al control de mi futuro

Sin embargo, Jesús me miró con inmenso cariño y comprensión antes de decirme el secreto de su negocio, la clave de su rentabilidad, el precio de su tesoro. Yo esperaba que esa mirada acompañaría la solución a mi inseguridad, el certificado de mi salvación, la fórmula mágica de la tranquilidad. Pero fue lo contrario. Jesús me transmitía confianza en mí. Pensé que no me conocía, que no se hacía cargo de cómo soy, que no podía ser cierto ese amor incondicional, que también a él había conseguido engañarle. Me fui triste porque tuve que volver a mi angustia, a la seguridad de mis logros, al control de mi futuro. Me perdí un tesoro por conservar unas monedillas de hojalata. Desperdicié un negocio que podía haberme hecho el hombre más rico del mundo.

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