29 de abril: Santa Catalina de Siena

28/04/2019 | Por Arguments

29 de abril

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Biografía de Santa Catalina de Siena

Santa Catalina nació en Siena el 25 de marzo de 1347. Fue la hija número 23 de Lapa Piagenti y Giacomo di Benincasa. Por desgracia, la mitad de sus hermanos murieron en edades tempranas, incluida su hermana gemela. A los quince años, a pesar de la oposición familiar, entró a la Tercera Orden de Santo Domingo, comenzando una vida de penitencia rigurosa. Estuvo temporadas en las que prácticamente se alimentaba sólo de la Eucaristía. Tenía gran compasión por los enfermos y los atendía con esmero. Su amor a la Iglesia le llevó a dirigirse al Papa y a los dirigentes del momento apelando a su responsabilidad por mantener la paz y a custodiar la Verdad del Evangelio. Tuvo un papel excepcional en la historia –e insólito para una mujer de su tiempo– al defender la sede de Pedro y luchar por la unidad de la Iglesia. Murió el 29 de abril de 1380. Fue sepultada en la basílica dominicana de Santa María sopra Minerva. Su cabeza está en la iglesia de Santo Domingo en Siena, en cuya ciudad también se puede visitar su casa, ver sus instrumentos de penitencia y otras reliquias. El arte la representa con la corona de espinas, la cruz y lirios. Fue canonizada el 29 de abril de 1461. En 1939 fue declarada patrona de Italia junto con San Francisco de Asís. El 4 de octubre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia junto con Santa Teresa de Jesús, siendo las primeras mujeres en ser reconocidas doctoras de la Iglesia. Finalmente, el 1 de Octubre de 1999 San Juan Pablo II la declaró Patrona de Europa. Su fiesta se celebra el 29 de abril. Su magisterio carismático es un don de Dios a la Iglesia y a la humanidad.

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Santa Catalina de Siena, una mujer de armas tomar

Los rasgos más característicos de esta santa son sin duda su prudencia, su fuerza de voluntad y su tenacidad para seguir el camino señalado por Dios, siguiendo las inspiraciones de la gracia. Tuvo grandes y prolongados sufrimientos, tanto los físicos como los del corazón. Cuando se ama mucho, se sufre también. Ella sufría las ofensas contra Jesús, contra Su Madre, contra la Iglesia, contra los pobres. Sufría por los pecadores. Aunque muchos la admiraban, también había quiénes la tildaban de mentirosa y la hacían sufrir. Cuando tenía quince años, para vencer la repugnancia hacia un leproso maloliente, se inclinó y le besó las llagas. En otra ocasión, a un joven condenado a muerte y a quien ella había acompañado hasta el patíbulo, le dijo en el último instante: “¡a las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la vida duradera”. Obligó al Papa a volver a Roma, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”. Le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Aviñón y regresar a Roma: “¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”.

En 1378, medió en la paz entre Florencia y Gregorio XI, y preparó la adhesión de Nápoles a Urbano VI. Su dulce y respetuoso temple cambiaba de tono y se traducía frecuentemente en ese “yo quiero” que no admitía tergiversaciones cuando entraba en juego el bien de la Iglesia y la concordia de los ciudadanos. No sabía leer ni escribir, así que comenzó a dictar cartas dirigidas a Papas, reyes, jefes y a humilde gente del pueblo. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa sus pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la Edad Media. Su valiente compromiso social y político suscitó desconcierto entre sus superiores y tuvo que presentarse ante el capítulo general de los dominicos, que se celebró en Florencia en mayo de 1377, para explicar su conducta. Sufrió muchísimo por Jesús y su Iglesia. Escribió a los cardenales y príncipes de varios países implorándoles que reconociesen al papa Urbano y así acabar con el cisma. También escribió al mismo papa Urbano exhortándole a dominar su difícil temperamento que había sido, en parte, causa de la división. El Papa la escuchó y le pidió ir a Roma para ayudarle a persuadir a los cismáticos. Trabajando en esa misión en Roma, enfermó y murió allí rodeada de muchos de sus discípulos a quienes recomendó que se amaran unos a otros. Tenía entonces 33 años.

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¿Qué podemos aprender de Santa Catalina?

Santa Catalina es modelo de predicación, fe y vida laical. Fue instrumento de paz y unidad. Su pasión por la Iglesia le llevó a predicar y a urgir un cambio de actitudes. Su vida de oración se convirtió también en apostolado; que le impulsó con audacia a fraguar la amistad entre ciudades. El amor a Jesucristo y la Iglesia le llevó a no aceptar divisiones, y a tomar un papel protagonista que le llevaría a urgir incluso al Papa. Santa Catalina nos sirve de inspiración para buscar la santidad. En ella vemos lo que Dios puede hacer en un corazón que se deja traspasar por el amor de Dios y de la Virgen. A hacer la voluntad de Dios pasando por encima de las dificultades con fortaleza. Y a ponderar y decidir compaginando la prudencia con la audacia.

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Obras de Santa Catalina

En Siena, en el recogimiento de su celda, dictó el “Diálogo sobre la Divina Providencia” para honrar a Dios su último canto de amor. En él expone la relación de Dios con el hombre. A ella se le atribuye el desarrolla la doctrina del “puente”: Cristo como mediador entre Dios y los hombres.

Frases más destacadas de Santa Catalina de Siena

"¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!". "El amor más fuerte y más puro no es el que sube desde la impresión, sino el que desciende desde la admiración". "Una cosa te pido, y es que no te dejes llevar por excesivos consejos. Es mejor que elijas un consejero que te aconseje sinceramente, y seguirlo. Cosa peligrosa es acompañar a muchos". "En las amarguras desearéis la dulzura, y en la guerra, la paz". "Los hombres que han de gobernar y dirigir a los demás tienen primero que saber gobernarse a sí mismos". "Si una herida no se limpia con hierro candente y el bisturí del cirujano cuando es necesario, se infectará y, al final, acarreará la muerte. Poner ungüentos puede ser agradable para el enfermo, pero no mejorará con ellos".

Oración a Santa Catalina de Siena

Bendita y amada del Señor, y gloriosa santa Catalina: por aquella felicidad que recibisteis de poder unirte a Dios y prepararte para una santa muerte, alcanzadme de su divina Majestad la gracia de que purificando mi conciencia con los sufrimientos de la enfermedad y con la confesión de mis pecados, merezca disponer mi alma, confortándola con el trance terrible de la muerte, y poder volar por ella a la eterna bienaventuranza de la gloria. Amén.

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¿Qué han dicho los Papas y los santos de Santa Catalina de Siena?

Benedicto XVI:

"Aprendamos de santa Catalina a amar con valentía, de modo intenso y sincero, a Cristo y a la Iglesia. Por esto, hagamos nuestras las palabras de santa Catalina que leemos en El Diálogo de la Divina Providencia , como conclusión del capítulo que habla de Cristo-puente: «Por misericordia nos has lavado en la sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (...) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti, porque adondequiera que dirija mi pensamiento, no encuentro sino misericordia» (cap. 30, pp. 79-80)", Benedicto XVI. "Otro rasgo de la espiritualidad de Catalina está vinculado al don de lágrimas. Estas expresan una sensibilidad exquisita y profunda, capacidad de conmoción y de ternura". (...) "Aquí podemos comprender por qué Catalina, aun consciente de las faltas humanas de los sacerdotes, siempre tuvo una grandísima reverencia por ellos, pues dispensan, mediante los sacramentos y la Palabra, la fuerza salvífica de la sangre de Cristo. La santa de Siena siempre invitó a los ministros sagrados, incluso al Papa, a quien llamaba «dulce Cristo en la tierra», a ser fieles a sus responsabilidades, impulsada siempre y solamente por su amor profundo y constante a la Iglesia".

San Josemaría Escrivá:

"Tengo una especial devoción a Santa Catalina de Siena (...), porque no se callaba y decía grandes verdades por amor a Jesucristo, a la Iglesia de Dios y al Romano Pontífice".

San Juan Pablo II:

"Si sois lo que debéis ser, pondréis fuego en toda Italia..." (Carta 568); más aún, yo añado: en toda la Iglesia, en todo el mundo. De este fuego tiene necesidad la humanidad también hoy, y quizá hoy más que ayer. La palabra y el ejemplo de Catalina susciten en muchas almas generosas el deseo de ser llamas que ardan y que, como ella, se consuman para dar a los hermanos la luz de la fe y el calor de la caridad "que jamás decae" (1 Cor 13, 8)", homilía de Juan Pablo II en el VI Centenario de la muerte de Santa Catalina de Siena, Roma, 29 de abril de 1980.

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