Este texto, además de contar la historia de un encuentro con una mujer extraordinaria, es un recuerdo, un homenaje a esa mujer: María Teresa La Porte (1961-2020). Mateye, como todos la llamaban, falleció el 14 de enero de 2020 en Pamplona a causa de un cáncer. Fue una destacada experta en Comunicación Internacional y para el Desarrollo. Además, fue la primera mujer que ha ejercido como Decana de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. 

in memoriam - Mateye La Porte, una mujer extraordinaria

Mateye: la fiesta continúa 

Con lo bueno hay que ser generoso”. MAJ –Miguel Ángel Jimeno, un profesor de la Facultad de Comunicación– me dijo esa frase para justificar lo que estaba a punto de hacer. Iba a abrir su corazón para contarme sus últimas anécdotas con una amiga recientemente fallecida, María Teresa La Porte. Mateye. También me explicó sus resistencias: “Hacer algo breve sobre Mateye es una mala idea. ‘Breve’ y ‘Mateye’ no pueden ir en la misma frase”. Pero finalmente se decidió a contarme cómo era Mateye porque con lo bueno hay que ser generoso. Encendí mi teléfono y le di a grabar. 

¿Qué es lo que me había perdido?

Mateye había fallecido hacía dos días cuando mis compañeros y yo decidimos hacerle un homenaje en nuestro programa de radio. La idea no fue mía. Alguien la soltó. Y la adoptamos sin mayor trascendencia. Ningún compañero estaba disponible como para hacerse cargo del reportaje: entrevistar a sus colegas y amigos más cercanos. Pasaba el tiempo y el reportaje seguía huérfano. Así que decidí hacerlo yo. 

Pero yo no conocí a Mateye. Yo tomé su asignatura en inglés. Así que no me dio clase. Ni si quiera me sonaba su nombre. Pero el día en que murió –el 14 de enero de 2020–, me topé con ella por twitter. Aluciné con los mensajes de cariño que leía en esa red social. Aluciné con los muchos obituarios que se escribieron esos días. Esta mujer debía ser especial.

Una inquietud nació en mí: ¿qué es lo que me había perdido? Es como si alguien hubiese celebrado una gran fiesta y no me hubiese invitado. Ahora la distancia era insalvable. ¡Y todo por elegir su asignatura en inglés! Decidí ir al funeral de la mañana. Pero me quedé dormida. ¡Qué frustrante! Quería acercarme a ella de alguna manera. Fui al de la tarde con una amiga. Esa noche pegué en mi libreta el recordatorio que dieron en el funeral. También escribí: Parece que era una mujer tan buena que da ganas de ser algo partícipe de su vida”. 

Vistas a Mateye

Me fui acercando a ella. Cada uno de sus amigos era una ventana para mí. Cuanto más me acercaba, me iba dando cuenta de que tenía en las manos algo frágil y valioso. También me di cuenta de que no solo estaba preparando un homenaje. Estaba haciendo muchas más cosas: para empezar, yo estaba conociendo a Mateye. También estaba teniendo unas conversaciones bellísimas. Estaba recogiendo la estela que Mateye dejó para que los que, como yo, no la conocieron, pudiesen seguirla. Estaba abriendo las heridas de muchos de sus amigos. Pero creo que también estaba ayudándoles en su duelo. 

Muchas personas hicieron el esfuerzo de contarme la huella que Mateye había dejado en su vida. Algunos admiraban su inteligencia, su capacidad para ver más allá y advertir la complejidad de las cosas. Otros su capacidad para liderar o su belleza y su presencia magnética. Pero todos, amigas de toda la vida o colegas de investigación, hablaban de escucha. 

Estaba muy ocupada, pero siempre encontraba tiempo para los demás

Por lo visto Mateye era alguien que siempre se paraba en los pasillos para preguntar qué tal. Pese a ser una mujer tan culta, tan viajada, con tantos contactos y con el prestigio de ser la primera mujer decana de la Facultad de Comunicación, lo que todos los entrevistados guardaban en su corazón era algo tan pequeño y sencillo como que siempre se paraba en los pasillos para preguntar qué tal. Estaba muy ocupada, pero, por lo visto, siempre trataba de encontrar tiempo para los demás. 

No solo lo encontraba, sino que además lo llenaba de paciencia y atención. Dice Von Balthasar que «la paciencia es el amor que se hace tiempo. Que la ternura es lenta y quien ama no tiene prisa«. Pues en este siglo en el que nos desvivimos sin tiempo, Mateye lograba dar tiempo. Muchos me dijeron que era tal su atención que con ella te sentías importante. 1579081758074 200x300 - Mateye La Porte, una mujer extraordinaria

Me agradó sentirme así cuando entrevisté al rector Alfonso Sánchez-Tabernero para el reportaje. Era un gran amigo de Mateye. Y cuando acabamos la entrevista me llevó por los despachos y por las imponentes salas del Edificio Central. Señalaba los cuadros y me decía quiénes eran todos. Me daba lo que tenía. Me habló de la magnanimidad, esa virtud donde confluyen la libertad y la generosidad. Yo sonreía por dentro. Así es como Mateye debía tratar a las personas con quien se encontraba. Así es como debía sentirse uno con Mateye.

Pero no fue la calidad humana lo que más me sorprendió de Mateye. Después de escuchar a muchas personas hablar maravillas de ella, dos personas me contaron que Mateye sufría migrañas. Y que era tan inteligente y original en su pensamiento que a veces se sentía incomprendida. Me fascinó conocer su debilidad. Además de ser una gran mujer, resulta que era humana. Que era como yo. Con respeto y osadía me asombraba reconocerme en Mateye. Así nacía una pregunta: ¿y si yo también puedo…?

Alegría

Los testimonios de sus amigos me auparon para disfrutar de estas vistas. Y ahora había que materializarlo. Una profesora amiga de Mateye, Mónica Codina, me ayudó mucho en el reportaje. Me hizo una lista de las personas que no podían faltar. Y me advirtió con seriedad: “No puedes poner de fondo una canción triste. ¡Mateye era alegre! ¡Tiene que sonar alegre!”. Madre mía, ¿qué pongo? Estuvimos escuchando en su despacho música de Supertramp. Mónica cantaba The Logical Song. “¡Es que esta canción es ella!”.

Esa semana escuché Supertramp sin parar. Me encantó. Pero soy muy quisquillosa con la música. La melodía de sus canciones transmitían lo que yo quería contar. Pero no las letras. No podía elegir cualquier canción. Tenía que tener sentido. A todos mis últimos entrevistados les preguntaba por los gustos musicales de Mateye. Nadie supo decirme. Pero decían que quizás Ana Azurmendi, mi última entrevistada, sabría. 

Y por fin di con la canción…

Llegué al despacho de Ana Azurmendi. Aún no le había preguntado por la música que le gustaba a Mateye cuando ella me dijo que me quería poner una canción. Había estado pensando en qué contarme y tenía una anécdota de unas prácticas de radio que hizo con Mateye en la carrera. Hicieron un programa con motivo del Día de la Madre y tuvieron que buscar rápido la sintonía, con la prisa que corre siempre en la radio. Por lo visto Mateye fue muy ágil y decidió que en su programa sonase I Just Called To Say I Love You, de Stevie Wonder. Así que antes de que yo entrara a su despacho, antes de que le pidiese que me ayudara con la música, Ana había preparado en su ordenador esta canción. La había preparado de tal manera que sonase desde el estribillo. Le dio al play y así me invitó a la fiesta que fue Mateye. 

Con lo bueno hay que ser generoso

Acaba el baile y finalizo la grabación. Al archivo de audio lo llamo “MAJ”. Lo guardo. Más vale que se haya grabado bien. Parece que sí. Da la sensación de que hemos hablado durante una hora, pero el archivo solo dura diez minutos. MAJ, consciente de que yo he dejado de grabar, sigue hablando. En la jerga periodística, habla en lo que se llama “off the record”, el pacto implícito que compromete al periodista a no contar lo que escucha. La fiesta continúa. Son anécdotas demasiado íntimas, forman parte del mobiliario del alma y no pueden sacarse de casa. Pero yo luego corro a mi ordenador a transcribirlas, para no olvidarlas. ¿Por qué me está contando todo esto a mí? Con lo bueno hay que ser generoso. 

 

📻 (Si quieres escuchar el homenaje pincha aquí) 🎧

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