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03/05/2019 | Por Arguments

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">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2019/05/generosidad-A-e1556879343738.jpg"> Cuando renunciamos a nuestra dicha y nos contentamos en ver dichosos a los demás, es quizá cuando empezamos a serlo. -Jacinto Benavente-   En el Reader´s Digest, Charles E. Harvey Jr. narra su propia experiencia sobre las ventajas de poner a los demás por delante de nuestros intereses. Cuenta que marchaba rápido con su coche a una entrevista de trabajo. Iba tarde. A lo lejos, en la carretera, distinguió una mujer de mediana edad detenida en el arcén a causa de un pinchazo. Lucha interior: debo ayudar, pero es que voy tarde a la entrevista. Su conciencia le instó a parar. Ayudó a cambiar la rueda y reemprendió el viaje camino de la entrevista pensando que, prácticamente, podía despedirse del trabajo. Fue contratado en la misma entrevista de trabajo; la directora de personal era la mujer a la que había ayudado a cambiar la rueda del coche. Normalmente, cuando nos olvidamos de nosotros mismos y dejamos que la solicitud y el amor sinceros fluyan desde nuestro corazón hacia los demás, normalmente, digo, se nos da la oportunidad de transformar una tierra virgen en un jardín. Es casi natural, casi, que con esta actitud consigamos hacer florecer el desierto, transformar la pobreza en abundancia, la enfermedad en salud y la guerra en paz. Y, si somos constantes en esta actitud, poco a poco, iremos reconstruyendo en nosotros, y en nuestro entorno, las condiciones para hacer un mundo como Dios manda. Para poder conservarlo hay que darlo: el bien que nos deseamos a nosotros mismos es el que debemos repartir y, así, conseguiremos el efecto de las ondas que se generan al arrojar una piedra al agua. Y los que tenemos el privilegio de observar y experimentar esta expansión, desempeñamos un papel fundamental en la transmisión del bien que recibimos a fin de que otros puedan beneficiarse. Y cuando los demás se benefician, también nosotros nos beneficiamos. Si queremos ser personas que dan de corazón, nuestros motivos para dar deben ser puros. Dar, porque verdaderamente queremos dar. Dar, porque creemos en la vida. Dar voluntaria y alegremente, y la paz y la alegría serán nuestras compañeras inseparables. Ocasiones habrá que el bien que deseamos compartir no es aceptado; no importa: todo el bien que se reparte, de una forma u otra, retorna mejorado a nosotros. Cuando guardamos las cosas para nosotros en vez de compartirlas con los demás, a menudo se desvalorizan. Cuando decidimos trascender nuestro yo personal, y actuar con espíritu afectuoso y generoso, con el tiempo recuperamos lo que hemos dado. Y más.

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