Se conoce mucho mejor
el fondo del valle cuando se está
en las cumbres de las montañas.
–Napoleón Bonaparte-
Cuentan que mamá rana dormía a sus tres ranitas contándoles cuentos «del más allá»:
─Bueno, pues como os decía, no es verdad que exista solo este mundo líquido y umbroso en el que vivimos y nos movemos. No, hijos míos, precisamente por encima de nosotros hay otro mundo maravilloso ─yo lo he visto─ donde la luz domina espléndidamente, las flores expanden perfumes, hay pájaros que vuelan y cantan, y mil maravillas más que hacen que nuestro mundo de aquí empalidezca y no tenga casi ningún atractivo.
A la mañana siguiente los tres renacuajos comentan a su profesor, el lucio Marfondo, los cuentos de su madre. Marfondo, los tranquiliza:
─Son eso: cuentos. Yo nunca he visto un pájaro ni un árbol. ¡Nunca!
En la sala de profesores hablan del tema con cierta preocupación:
─¡Ay con las ranas, esta extraña gente que pretende que existan dos mundos! Y, encima, se lo inculcan a sus pobres hijos arruinándoles la cabeza.
Por su parte, mamá rana, en una de sus salidas a la superficie, comentaba con su amigo el pájaro Alazul:
─Los niños no me creen, hablan entre ellos y se guiñan los ojos.
─No te preocupes ─ le dijo Alazul─ ya lo verán con sus propios ojos. Tú, mientras tanto, no te canses de hablarles de ese mundo superior que ahora no ven, pero al que inevitablemente llegarán en su día.
─Tienes razón, Alazul, no me dejaré abatir, mantendré en pie la esperanza.
La fábula tiene una aplicación clarísima: hay personas que viven como la rana, abiertas a las cosas del «mundo de arriba», y hay personas que viven a «lo Marfondo», inmersas en las realidades materiales, sin más horizontes que lo que ven y tocan.
Y es que, en cierto sentido, ¡somos anfibios!, podemos vivir dos vidas: la vida según la carne, que desea solo los bienes de la tierra, y la vida según el espíritu, que desea los bienes del cielo.
San Pablo, en la carta a los Romanos 8, 5-6, dice: Pues los que viven según la carne desean las cosas de la carne; en cambio, los que viven según el Espíritu, desean las cosas del Espíritu. El deseo de la carne es muerte; en cambio el deseo del Espíritu, vida y paz.
Pero cuidado, porque siguiendo el ejemplo de la fábula, hay un peligro actualísimo en nuestra época: vivir a lo anfibio llevando una doble vida.