La vocación cristiana, por su misma naturaleza,
es también vocación al apostolado.
-Apostolicam actuositatem-
Cuando me asiento en la parte trasera del taxi, me fijo que el taxista tiene colocado encima del salpicadero, de forma visible, un rosario de madera. Por ello le pregunto:
-Es usted católico,¿ no?
-Si, señor. ¿Por qué lo dice?
-Por el rosario.
-¡Ah!, es que lo encontré hace tiempo en la parte trasera del coche, sin duda olvidado por algún cliente. Y lo puse en el lugar de honor del taxi. Así, si alguna vez vuelve a subir el que lo perdió, lo reconocerá y se lo podré restituir. Y mientras tanto, ahí va haciendo algún bien: a mí me recuerda muchas cosas buenas y, a los que suben, les dice que en este taxi se ha de respetar al Señor y a la Virgen. ¡Ah!, y conste que por esto no soy más santo que los demás. Pero, eso sí, ganas no me faltan y por lo menos doy testimonio de mi fe.
Cuando estás emocionado con algo, quieres hablar de ello todo el día y con todas las personas que te encuentras. En eso consiste el apostolado: hablar de ese tesoro que has encontrado, de ese camino a la verdadera felicidad que has descubierto.
El apostolado es en realidad una señal de amistad ya que apostolado significa compartir, guiar, iluminar a todos los que nos rodean. Hay diversas maneras de propagar nuestras creencias:
- El apostolado del testimonio: consiste en actuar siempre bien, en privado y en público; en convencer a los demás del camino a seguir, caminando nosotros delante.
- El apostolado de la palabra: consiste en hablar de lo que vives escribiendo libros, dando conferencias o en pláticas informales, donde compartas con los demás tus experiencias y tus conocimientos. • El apostolado de la acción: consiste en organizar, dirigir o colaborar en alguna obra o acción específica de ayuda a los demás. • El apostolado de la oración y el sacrificio: consiste en orar, rezar y sacrificarse por los demás. Muchas veces nos encontraremos con personas a las que es imposible convencer mediante las palabras o el testimonio. Con ellas, necesitamos el poder de la oración y el sacrificio.
Combinando todo esto, con ganas, un católico es una máquina imparable de hacer el bien. Con ganas no le asusta el sacrifico, la lucha, el menosprecio de la comodidad y de los honores. Con ganas pasa a la acción y arrastra porque el mundo está harto de discursos, asambleas, conferencias, disertaciones…
Si somos consecuentes con nuestra fe y cogemos el rosario como arma de conquista, no nos faltarán ganas de hacer el bien por mucho que arrecie la tempestad. No nos faltarán ganas, no.