Cuchicheando con Dios

07/07/2017 | Por Arguments

Antonio Rojas

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la chispa

">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2017/07/cuchichear-con-Dios-3-1-e1499418745170.jpg"> Entended que, si es en la cocina, también entre los pucheros anda el Señor. -Santa Teresa de Jesús- El italiano Carlo Carretto (1910-1988), marchó el 8 de diciembre de 1954, a El Abiodh Sidi Cheikh, en Argelia a hacer su noviciado y en donde permaneció durante diez años, compartiendo su vida en fraternidad en el Sahara, en la zona de Tamanrasset. En el año 1964, ingresó en los Hermanos del Evangelio, de la Fraternidad de los Hermanitos de Jesús, de la familia Carlos de Foucauld. Este periodo fue una experiencia profunda de vida interior y de oración, en el silencio y en el trabajo, que marcaría toda su vida y sus actividades posteriores. Vivió como un ermitaño en el Sahara, profundizando en la oración, el silencio y el trabajo. Regresó a Italia en 1965 estableciéndose en Spello (Perugia), en un monasterio abandonado donde, poco antes, había comenzado la vida comunitaria una nueva fraternidad de los Hermanos del Evangelio. Pronto su prestigio comenzó a atraer a personas al lugar, creyentes o no, para encontrarse interiormente. Desde entonces la comunidad se convirtió en un lugar de acogida, oración y reflexión. El hombre de la palabra y de la pluma, utilizó muy eficazmente estos dos medios para comunicar a los demás sus «hallazgos» y su experiencia en la fe. En su libro el desierto en la ciudad, escribe: Viajaba en tren por razones de trabajo, y ya sabes lo que es un vagón ferroviario: ruido, risotadas, alboroto, gentío. Sentado en un rincón, no sentía nada. Leía el Evangelio. Cerraba los ojos. Escuchaba a Dios… Estaba completamente ensimismado, y nada podía distraerme. Bajo el embrujo del amor estaba en paz… Los enamorados que viajaban en el tren cuchicheaban entre ellos sin preocuparse de lo que pasaba a su alrededor. Yo cuchicheaba con Dios. Hace siglos, los eremitas se retiraban al desierto, huyendo del mundanal ruido de las ciudades; pero… el ruido de la ciudad los seguía hasta allí con su estrépito y seducciones. En nuestros días, es posible un movimiento inverso: ser monjes urbanos, figuras de silencio en el fragor ensordecedor de la modernidad. Algo así consiguen hacer los enamorados en un tren atestado, en el que crean una burbuja de intimidad mientras cuchichean sus ternuras. Es cuestión de entrenarse, pero todos podemos hacer la experiencia del desierto sin necesidad de emigrar al Sahara o hacernos eremitas, sino permaneciendo en nuestros puestos, porque por muy atestado y ruidoso que, a veces, se nos presente el tren de la vida, podemos crear nuestro oasis silencioso para, con toda confianza e intimidad, poder cuchichear con Dios.

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