Diario desde NYC (XIII). Alyssa.

17/01/2014 | Por Arguments

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Apenas ha pasado un mes desde que volví de Nueva York y aún son muchas las historias acumuladas en el tintero. Historias de mujeres de diversas edades y razas, con situaciones personales muy distintas –unas más duras que otras-, con distintos finales, pero todas con un denominador común: el aborto.

Durante mi labor provida en la ciudad que nunca duerme, estuve viviendo con otros ocho jóvenes españoles. Además de llevarme un poquito de lo mejor de cada uno, también me quedo con el recuerdo de las experiencias que tuvieron ellos. Todas las noches, nos contábamos lo vivido y aprendido durante la jornada. Un día, una de las chicas con las que conviví compartió una de las historias que más le habían impresionado.

Alyssa –nombre ficticio para preservar su intimidad-, una joven universitaria de 22 años, llegó a la oficina para hacerse un test de embarazo. A pesar de albergar la sospecha de que esperaba un hijo, el resultado fue negativo. Después de mantener una breve conversación con ella, le aconsejaron que volviera pasados unos días para hacerse otra prueba, pues se había quedado intranquila. Una semana después, Alyssa volvió a nuestro centro. Esta vez, el resultado fue positivo.

Aunque, desde un primer momento, sabía que existía la posibilidad de que estuviera embarazada, cuando vio el test rompió a llorar. No contaba con la ayuda de su novio y tampoco con la de su hermana mayor, que se había sometido a cuatro abortos y con quien compartía casa. Mi compañera la estuvo consolando y cuando se calmó un poco llamó a su pareja. Le contó que estaban esperando un niño. Él, lejos de apoyarle, amenazó con romper la relación si no abortaba. Alyssa colgó el teléfono y se puso a llorar otra vez. Se sentía sola. Era consciente de que llevaba un niño en su interior y no se veía capaz de abortarlo. Sin embargo, no tenía un lugar donde vivir, pues sabía que su hermana le echaría de casa si se enteraba del embarazo.

Fue entonces cuando le hablaron de las casas de acogida. Se trata de una de las muchas alternativas que existen para que madres gestantes y sin recursos puedan sacar adelante a sus hijos y sentir el apoyo y cariño que a veces les niegan sus propias familias. Llamaron a un par de centros y encontraron una habitación en la que podría quedarse hasta que diera a luz. Alyssa empezó a ver un poco de esperanza entre tanta oscuridad. Sonreía. Aunque sin el apoyo de sus seres queridos, por fin había encontrado una mano amiga.

Si bien es cierto que en nuestros centros enfocamos la cuestión del aborto desde una perspectiva humana y científica, hay muchas mujeres que solo encuentran consuelo cuando se les habla de Dios. Fue el caso de Alyssa. Mi compañera y otra voluntaria de la oficina le preguntaron si quería ir con ellas a una iglesia cercana. Movió la cabeza con gesto afirmativo. La parroquia que visitaron suele estar abierta, pero nunca hay un sacerdote presente. Ese día, se encontraron con el párroco que le dio la bendición a ella y al bebé.

Cuando salieron de la iglesia ya había anochecido. Alyssa estuvo acompañada durante todo el día. Se despidió de ellas con mucha paz y agradeció todos los esfuerzos que habían hecho por ayudarle.

A lo largo de varias semanas, mis compañeras siguieron en contacto con ella. En más de una ocasión volvió a visitarles a la oficina para poder desahogarse y sentir el apoyo que tanta falta le hacía. Sin embargo, un día, con lágrimas en los ojos, les dijo que había decidido poner fin al embarazo. La situación que estaba atravesando y la presión de su familia eran demasiado duras como para seguir adelante. Dijo que no tenía otra opción. Iría a una clínica abortista en Manhattan.

Todos los días, en el corazón de Nueva York, un grupo de monjas sale a la calle para hablar con mujeres que se están planteando el aborto. Son las Sisters of Life (Hermanas de la Vida) que, además de los tradicionales votos de pobreza, obediencia y castidad, añaden un cuarto voto: el de la defensa de la vida. El día que Alyssa fue a la clínica para abortar, las Sisters of Life se encontraban en la puerta, rezando y tratando de disuadir a las madres. Intentaron hablar con ella, pero las rehuyó y entró. Salió a los cinco minutos. Una hora después volvió a la clínica pero, nada más entrar, dio la vuelta y se fue. Esa mañana, el bebé de Alyssa tuvo la oportunidad de vivir un día más.

Aquella tarde, las Sisters of Life recibieron una llamada. Era la joven que había entrado un par de veces al abortorio y que se fue, pasados unos minutos. Les pidió perdón por haber sido tan brusca con ellas esa mañana en la clínica. Cuando le preguntaron por qué había decidido marcharse, Alyssa les dijo que no había podido abortar porque no le funcionó la tarjeta. Volvería la semana siguiente.

Por desgracia, hay muchos casos en los que nunca llegas a saber con certeza si esas madres, después de hablar contigo, deciden continuar con el embarazo. Aunque mi compañera no volvió a saber de ella, Alyssa fue una mujer que luchó hasta el final por sacar adelante la vida de ese hijo inesperado… pero querido y deseado durante varios días.

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