Dime con quién andas y te diré quién eres

11/08/2013 | Por Arguments

Experiencia JMJ

JMJ Rio2013

Papa Francisco

Uno de nuestros colaboradores para Comunicar la fe, Hernando Bello, tuvo la oportunidad de estar en la JMJ de Río. Él ha decidido compartir su experiencia con nosotros y aquí os la dejamos.

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Cuando le comenté a una persona muy cercana (que seguro se identificará a sí misma cuando lea esto) que iría a la JMJ, ella me dijo: “Qué alegría. A mí también me gustaría ir”. Yo, con cariño y algo de ironía, le respondí: “Es la Jornada Mundial de la Juventud, no de la Vejez”. La broma fue motivo de unos instantes de risa y nada más… Pero sí, eso era lo que me esperaba en Río: jóvenes y más jóvenes llenos de vitalidad y fuerza, capaces de soportar frío y calor, lluvia y sol; nada de “ancianitos”.

Espero que nadie se alarme: le tengo mucho respeto y afecto a las personas mayores; tan solo me dejaba guiar ciegamente por el nombre del evento. Y, en efecto, lo que me encontré en Brasil fue un río de juventud: jóvenes menores y mayores que yo, todos con el mismo entusiasmo y ganas de acompañar al papa Francisco. Recuerdo que, incluso antes de llegar a Río, en el aeropuerto de Bogotá (Colombia) nos encontramos con un grupo de mexicanos que gritaba sin ninguna vergüenza: “¡Esta es la juventud del papa!”. Eso era lo que me esperaba y lo que hallé: energía, coraje, garras…

Hasta que… no, no me encontré un grupo de ancianitos gritando por las calles de Río. Solo me topé con uno, que hablaba con calma y a veces gritaba –verdaderamente se emocionaba–: sí, el que suponías, Francisco. Ahora bien, es momento de aclarar dos cosas: primero, no vayas a creer que me lo encontré por las calles (algunos sí tuvieron ese privilegio), yo lo veía desde la playa de Copacabana; segundo, papa Francisco, no se enoje conmigo si cree que lo estoy llamando viejo. Es más, me atrevo a decir que a usted no le molesta…

Después de que Benedicto XVI renunciara porque sus fuerzas no eran las adecuadas para ejercer el ministerio petrino, la mayoría –me incluyo– esperaba un papa joven. Pero apareció Francisco y muchos quedaron con la boca abierta: cosas del Espíritu Santo… Y muchos siguen boquiabiertos: vaya papa el que nos dieron –como todos–.

Es increíble la fuerza y vitalidad que comunicaba Francisco en Copacabana: hacía jóvenes a los jóvenes, rejuvenecía. No se cumplió, en este caso, el refrán que dice “dime con quién andas, y te diré quién eres” si vemos en Francisco un “ancianito” de 76 años, porque este papa no-joven te hace joven: es al menos mi experiencia en esta JMJ.

No pretendo hacer teoría de la JMJ, pero me parece que la Jornada Mundial de la Juventud no es para jóvenes, sino para hacernos jóvenes: con energía, coraje y garras… Recuerdo cuando Francisco nos colocó como ejemplo a la Madre Teresa, una mujer con garras, que a pesar de su edad siguió asistiendo a los más necesitados y desfavorecidos: ¿A quién se le ocurre poner como modelo de jóvenes a una monjita entrada ya en años? A alguien que sabe que los “ancianitos” pueden rejuvenecer a los demás: esta es una de las cosas que aprendí del papa en Río. Él lo diría más o menos así: “Vos, si querés ser joven, si querés rejuvenecer, no vayás a un spa, andá a la JMJ”. Sí, porque Francisco nos invitó a no balconear nuestra fe, a no ser cristianos atontados, sino a ser delanteros, a jugar arriba, a sudar la camiseta…

Después de la JMJ, he tenido la oportunidad de revisar las palabras que el Santo Padre dirigió a los periodistas en el vuelo hacia Río. Les decía:

Ellos son el futuro porque tienen la fuerza, son jóvenes, irán adelante. Pero también el otro extremo de la vida, los ancianos, son el futuro de un pueblo. Un pueblo tiene futuro si va adelante con los dos puntos: con los jóvenes, con la fuerza, porque lo llevan adelante; y con los ancianos porque ellos son los que aportan la sabiduría de la vida.

Eso es la JMJ: el encuentro de jóvenes llenos de fuerza y de un “anciano”, o mejor dicho, varios ancianos (usted no es el único “viejo”, Santo Padre) que aportan la sabiduría de la vida. Ambos son el futuro de un pueblo, de la Iglesia.

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