Negación de San Pedro. Carl H. Bloch

20/08/2015 | Por Arguments

https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2015/08/negacion-de-San-Pedro.jpg|https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2015/08/negacion-de-San-Pedro1.jpg' style='height:auto;max-width:500px;width:100%;display:block;margin:auto;object-fit:cover'>
“Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Como este otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, pudo entrar con Jesús en el patio de la casa del sumo sacerdote, mientras que Pedro se quedó fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, y habló con la portera, que dejó entrar a Pedro. La muchacha que atendía la puerta dijo a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Pedro le respondió: «NO LO SOY» Los sirvientes y los guardias tenían unas brasas encendidas y se calentaban, pues hacía frío. También Pedro estaba con ellos y se calentaba. El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su enseñanza. «...» Simón Pedro estaba calentándose al fuego en el patio, y le dijeron: «Seguramente tú también eres uno de sus discípulos» El lo negó diciendo: «NO LO SOY» Entonces uno de los servidores del sumo sacerdote, pariente del hombre al que Pedro le había cortado la oreja, le dijo: «¿No te vi yo con él en el huerto?» DE NUEVO PEDRO LO NEGÓ y al instante cantó un gallo.” Este pasaje del Evangelio es el que representa en su obra Carl Heinrich Bloch, pintor danés de la segunda mitad del siglo XIX. Con gran destreza, colorido, suavidad y clara influencia de Rembrandt, Bloch se encargó de producir numerosos lienzos con escenas de la vida de Jesucristo, 23 de ellos destinados a adornar la capilla del Palacio Frederiksborg. Estas obras, en la época moderna se hicieron muy populares para ilustrar los evangelios. Y no es de extrañar, pues su delicadeza no resta realismo a la escena, que nos traslada a la perfección (aun colocando como escenario la arquitectura neoclásica) a un momento triste y a su vez esperanzador de la vida de Jesucristo y su discípulo. Nuestro protagonista es el mismo a quien Jesús decía: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia" (Mt. 16, 13:20). San Pedro, primer obispo de Roma. Sí, cuesta creerlo cuando nos paramos a pensar desde nuestra perspectiva humana. Estas manos que se calientan al fuego, esta cabeza gacha que niega a su Señor, a su Maestro, a su mejor amigo, este hombre temeroso y avergonzado, es el apoyo de Jesús. Este hombre es el instrumento de Dios para fundar su Iglesia. Jesús ha contado con él desde el principio. Aun sabiendo que iba a negarle. Qué bueno es repetirse esto para no caer en la desesperación cuando metemos la pata hasta el fondo. Para poder levantarse agarrando esa mano que se nos tiende diciendo: “Tranquilo, contaba con esto, te sigo queriendo igual, incluso más.” Qué bueno pensar en ese Pedro envalentonado que sacaba la espada en el huerto para defender a su Maestro de quien se pusiera por delante. Ese Pedro que acompañaba al Señor a cualquier parte, ese a quien Jesús confió su iglesia, el mismo Pedro que ha ido hasta la casa del Sumo Sacerdote para no dejar solo a su mejor amigo. Ese que parecía indestructible ahora se ha visto tres veces vencido por el miedo. Mientras en la estancia contigua abofetean a su Señor, Pedro niega tres veces conocerle… Pero lo precioso, lo estremecedor de esta historia es que desde ese mismo lugar aquel que ha sido negado, traicionado, abofeteado y abandonado se asoma buscando la mirada de Pedro. En medio de una muchedumbre que le empuja, sabiéndose conducido al matadero, sintiendo acercarse cada vez más su cruz, se ha detenido y espera en lo alto de las escaleras porque ahora su Pedro le necesita. Sabe que está sufriendo ahí fuera, sabe que ha recordado sus palabras: “Antes de que cante el gallo…”. Ya ha cantado. “Mírame Pedro, te perdono.” “No te hundas, porque cuando me mires sabrás que contaba con esto. Y que te quiero igual ... o más.” Podemos ver la pirámide que se forma en la composición de la obra. El cruce de miradas. Las criadas señalan a Pedro, fijando su vista en él, haciéndole sentirse avergonzado, incapaz de levantar la cabeza para ver que desde la cúspide de esa pirámide, desde lo alto de las escaleras, le espera un amigo deseando salvarle. Quizá este momento no aparece en la obra, pero Pedro levanta la vista. Sale de sí mismo, de su vergüenza y su miseria para encontrarse con la mirada de Dios. Y llora como un niño arrepentido. No se hunde, no cae en la desesperanza. Se deja perdonar por Dios, se deja querer como un hijo necesitado, ese mismo hijo que será el Primer Sumo Pontífice. Qué bien representa Bloch esta escena. Que bien representa a ese humilde y arrepentido pescador que ha robado el corazón de Jesús. Que ha enamorado a todo un Dios, como cada uno de nosotros.

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