José de Arimatea: "Nuestra fe se había convertido en una referencia a nosotros mismos"

10/04/2020 | Por Arguments

ciegos

discípulo

envidia

luz

normas

rigidez

Sanedrín

sepulcro

siempre así

"Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca", (Mateo 27, 57-61)

Las cosas se habían hecho siempre de un modo y él venía a cambiarlas

El Sanedrín vio a Jesús como un peligro desde casi el principio. Las cosas se habían hecho siempre de un modo. Nos habíamos acomodado. Teníamos una posición lograda y segura, más que aceptable. Por eso la novedad nos pilló a todos de sorpresa y la primera reacción fue de rechazo absoluto. La vida es muy compleja y la santidad muy ardua. Cuando uno consigue con años de esfuerzo y constancia algún avance no es fácil que alguien lo cuestione. Teníamos tantas ganas de salvar nuestras almas que nos olvidamos del mismo Dios, que era la única salvación. 

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2020/04/El-descendimiento-cruz-1-300x260.jpg" alt="" width="800" height="694" />

De repente vi lo que escondía nuestra rigidez...

Seguramente la historia nos juzgará críticamente pero éramos muy piadosos y gente entregada y abnegada. La religión era el motivo de nuestra vida y el sentido de nuestra lucha. Pero Jesús alteró todos nuestros planes. Trató de explicarnos nuestro engaño pero se encontró con un muro inexpugnable. Poco a poco me fui dando cuenta. A la vez algunos empezaron no solo a incomodarse sino a atacarlo abiertamente, e incluso públicamente. Cuando el Sanedrín tomó la decisión de condenarlo y acabar con él, se me cayeron ya los últimos prejuicios y me di cuenta de nuestro error. De repente vi lo que escondía nuestra rigidez, nuestra resistencia al cambio, nuestro control sobre la vida del pueblo. 

Éramos ciegos que guían a quienes no saben dónde está la luz

Se me abrieron los ojos para comprender la astucia del diablo que había conseguido embaucar a quienes debían guiar al pueblo hacia su Señor. Éramos ciegos que guían a quienes no saben dónde está la luz.  Sentía una vergüenza infinita por mi error que consideraba inadmisible. Es verdad que nuestra intención era proteger la religión y la fe de nuestros padres. En medio se nos coló nuestra seguridad, nuestra comodidad y la dichosa tranquilidad. Arruinaron lo que con tanto esfuerzo y dedicación habíamos construido. Nuestra fe se había convertido en una referencia a nosotros mismos y no dejábamos a Dios que nos amara y nos quisiera tal como éramos. Todo estaba bajo control porque todo dependía de nuestras fuerzas y nuestro conocimiento. Daba vueltas y vueltas a lo tonto que había sido. No me perdonaba mi equivocación, mi ceguera y mi rigidez. Me reprochaba no haber sabido leer los signos de los tiempos. Me recriminaba no haber acertado con señales tan claras de una decadencia anunciada a gritos. 

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2020/04/Entierro-de-Cristo-sepulcro-1-300x259.jpg" alt="" width="800" height="691" />

Me bastó ver su mirada para comprender mi error y perdonarme por él

De ahí pasé a juzgar a mis hermanos sin ninguna dificultad. Ellos se obstinaban en su error, se hundían en su agujero. Les estaba bien merecido.  Apenas pude hablar con Jesús. Me bastó ver su mirada para avergonzarme de mis juicios y diagnósticos sobre el Sanedrín. Él estaba siendo condenado injustamente y no abría la boca. No se quejaba. No les juzgaba y menos les condenaba. Incluso oí como pedía a su Padre que los perdonara porque no sabían lo que hacían. 

Jesús en medio del dolor era libre, se estaba entregando voluntariamente  y era feliz

Era el colmo, pero era liberador. Ante la ofensa más repugnante, él respondía con ternura y comprensión. Vi que en medio del dolor tremendo era libre. La muerte y la condena no le sorprendían. Él se estaba entregando voluntariamente. Y era feliz. Tenía un propósito, una misión, un regalo que entregar y nadie se lo iba a impedir.  En cierto modo me pedía a mí que le ayudara, que no me dejara engañar por el odio, el juicio, la crítica. Aunque nadie quisiera recibir su regalo él estaba decidido a ofrecerlo. Yo lo acepté. Es un regalo que se marchita si no lo compartes. Me hizo capaz de perdonar yo también a mis hermanos, de no juzgarlos, de salvar su intención. Quiero ayudarlos, quiero comprenderlos, quiero escucharlos. Obviamente he perdido mi posición en el Sanedrín pero he ganado un amigo, un confidente, un amor que me da alas y me ha perdonado toda mi cobardía y mi soberbia. He ganado también muchos hermanos. Ahora son míos de otra forma. Los quiero con el corazón de Jesús. Les miro con sus ojos. Son un tesoro para mí. Se equivocaron pero no sabían lo que hacían. Con mi suerte habrían descubierto el maravilloso don que yo estoy disfrutando. ¿Por qué Dios me lo regaló a mí y no a ellos? Para que yo se lo lleve. ¿Qué haré para pagarle a Dios su bondad sino repartir a manos llenas este tesoro?

Artículos relacionados

Suscríbete a nuestro canal de Telegram


Síguenos en

Arguments