Soldado de la túnica: "Nunca suelo tener suerte, pero aquel día mi destino cambió"

09/04/2020 | Por Arguments

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despojan a Jesús de sus vestiduras

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"Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado. Y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quien le toca». Así se cumplió la escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suertes mi túnica»", (San Juan. 19, 23-24)

Se podría decir que soy un gafe, pero aquel día mi destino cambió

Qué gran día, qué suerte la mía, qué privilegio tan grande y tan sencillo. Me tocó la túnica de Jesús. Como era de una sola pieza no la dividimos sino que echamos suertes y me calló a mí. Nunca suelo tener suerte, ni mucha ni poca, ninguna. Siempre me tocan los peores turnos en mi legión. Se podría decir que soy un gafe, pero aquel día mi destino cambió para siempre. ¿Cómo un trozo de tela puede transformar tu vida? No tengo respuesta. Solo puedo aportar hechos. Esa túnica ha alterado el rumbo de mi existencia, ha trastocado mis planes, me sacó de mi fría existencia. Era suave y ligera pero dio calor y color a mis jornadas monótonas. Desbarató mis previsiones. Yo estaba contento con acabar mis días como un simple soldado. Posiblemente Dios quería hacerme más feliz de lo que aspira a ser un combatiente raso.

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2020/04/El-expolio-le-quitan-la-túnica-y-la-sortean-300x259.jpg" alt="" width="800" height="690" />

Su túnica es el lugar al que regreso cuando me siento solo y desesperado

Me cubrió con su túnica, me protegió con su manto, me calentó con su abrigo y me cobijó con su capa. Es el lugar al que regreso cuando me siento solo, frío y desesperado. Me recuerda que la vida es sencilla, que solo hace falta una cosa, que solo hay un nombre que nos proteja, que solo hay un amor verdadero, que la túnica no se puede dividir. Yo no sabía nada antes de Jesús. Sin embargo, después de recibir ese regalo y dárselo a mi mujer ella la limpió delicadamente, como hace con todo, y entonces empezó a demostrarse que no era una túnica normal.  Instintivamente nos cubríamos con ella en los momentos malos. Cuando perdimos a nuestra hija, cuando mi mujer enfermó y casi nos deja, cuando yo llegaba después de una campaña muy dura, ella la tenía preparada y me cubría. Nos llenaba de paz. Con el tiempo investigué y supe que la había tejido la madre de Jesús, María. La busqué por todo Jerusalén y al fin di con ella. Quise preguntarle qué tenía esa túnica y no me supo responder. Sentí el impulso de devolvérsela y ella se negó muy amablemente, menos mal. Mi mujer me habría matado. Me dijo que así yo podría recordar a Jesús y Él podría seguir ayudándome. 

María me habló de Jesús y de su amor

Le pedí que me hablara de Él. Yo no sabía nada pero ella hablaba de Jesús como si estuviera vivo. Esto me impresionó. Al principio pensé que había perdido la cabeza. Cuando llegaba a casa después de nuestras conversaciones, mi mujer me interrogaba acerca de todo lo que habíamos hablado. Le dije que viniera conmigo pero no se atrevía. Sentía remordimiento porque yo hubiera tomado parte en la crucifixión de su hijo y no era capaz de liberarse de ello. A mí María me miraba con tanto cariño que ni me lo planteé. Posiblemente soy mucho más básico que mi esposa. La guerra y las mil batallas que he peleado me han endurecido el corazón.  María me habló del amor de Jesús por los pobres, pequeños y pecadores. Yo me sentía las tres cosas juntas y unas cuantas más. Me dijo que no nos descartaba, que no se cansaba nunca de perdonar, que le ilusionaba sanar mi corazón y sacarlo del pozo en que estaba metido. Que me quería liberar y que esa túnica era mi contacto con Jesús. Que pensara que él la había utilizado, que había secado muchas lágrimas con ella en pocos años, que le servía para arropar a los niños, para proteger la carne rota de los leprosos y para ofrecer un lugar limpio donde sentarse a los apóstoles. 

Jesús me pagó los clavos y la cruz con su túnica

Yo me había cruzado en el camino de Jesús y nunca mejor dicho. Por eso Jesús querría que yo la tuviera para que nunca más llorara sin consuelo, nunca más tuviera frío en el corazón ni soledad en mi interior.  Jesús me pagó los clavos y la cruz con su túnica. Se quedó con el frío y llenó de calor mi corazón. Se quedó sin nada y me dio a mí todo. Cada vez que algunos de mis parientes o amigos está mal, sufre o se siente solo me presento con la túnica y sin que se den cuenta les cubro, les seco las lágrimas o les trato de confortar. No falla, Jesús nos cuida, nos protege, nos devuelve amor por dolor, comprensión por sufrimiento, paz por tortura. Se cruza en nuestras vidas, las sana y las serena. 

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