Jairo, del dolor de perder a una hija a la felicidad de recuperarla

19/11/2018 | Por Arguments

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Jairo, un padre hasta el final

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva» (Mc 5, 22-23) Mi nombre es Jairo, que significa alegría, gozo. Soy el jefe de la sinagoga y tengo una hija preciosa: Ruth. Es mi tesoro, mejor dicho, es el tesoro del Señor. Él nos la regaló y cada segundo que está con nosotros es una delicia, una caricia de Dios. He aprendido en la Sagrada Escritura que los hijos son de Dios, que no podemos apropiarnos de su futuro, de su felicidad y de su libertad. A veces me cuesta aceptarlo porque no vivo para otra cosa que mi mujer y mi hija. Son la razón de mi existir, el motivo para levantarme cada día y lo que llena de sentido cada instante. Las adoro.

… empecé a rebelarme contra Dios

Por eso cuando mi hija enfermó y nadie conseguía curarla empecé a rebelarme contra Dios. Lo único que tenía me lo quitaba. ¿Es que no tenía sentimientos? ¿No se daba cuenta cómo la necesitaba? ¿Qué sentido tenía mi vida sin ella? Por si fuera poco veía a mi mujer destrozada, deshecha por la pena, entera por fuera pero rota por dentro. Me enfrenté al Señor, trataba de argumentarle que no era justo, que esa situación no llevaba a ningún lado. Yo sufría porque me veía incapaz de ayudar a Ruth y a su madre a afrontar esa situación tan dolorosa. Yo, que debería ser el apoyo, la fortaleza de la familia estaba doblado por el dolor, rendido a las lágrimas que no lograba ocultar. Mis ojos irritados y brillantes me delataban continuamente.

… un don enviado por el Señor para bendecir mi hogar

Entonces ocurrió lo que nunca hubiera imaginado. Ruth me dijo que quería hablar conmigo. Fui a su habitación y me confió lo que más le hacía sufrir: vernos llenos de pena, no saber cómo consolarnos. Nos estábamos perdiendo, decía, momentos inolvidables de nuestra vida en familia por lamentarnos inútilmente de lo que no estaba en nuestras manos. Ella había decidido rebelarse. No iba a sucumbir en el remolino de la desesperación. Me pedía que la ayudara, que fuéramos cómplices para hacer feliz a su madre. No me lo podía creer. Se cumplía lo que ya intuía: Ruth era una auténtica joya, un don enviado por el Señor para bendecir mi hogar. Con semejante ayuda no fue nada complicado hablar con mi mujer y recuperar los tres juntos la alegría, el gozo. La gente no se lo explicaba pero mi casa se convirtió en una fiesta continua. Todo eran motivos para celebrar, para invitar a amigos, parientes y conocidos. La gente se sentía atraída por el calor de hogar que irradiaba Ruth. Todos querían pasar horas y horas con ella. Ruth se iba apagando físicamente pero nunca había dado tanta luz y calor como entonces.

¿Y si era cierto, y si podría curar?

Aquel año empezamos a oír hablar de un maestro llamado Jesús. Se decía que hacía milagros. En mi corazón se abrió un pequeño punto de luz al final del túnel. Y si era cierto, y si podría curar, y si si... Me lancé aunque me daba mucha vergüenza. Yo era el jefe de la sinagoga. Un día de mucho calor pude acercarme a Jesús y le rogué que la curara. Ruth estaba a punto de morir en medio de una gran paz. Yo no podía dejar de intentar todo aunque me resignaba interiormente a que ella nos dejara. Jesús aceptó a la primera. Era como si me estuviera esperando. La gente nos rodeaba y yo tenía miedo de que le impidieran llegar a mi casa. Entonces en medio de la esperanza cayó un rayo que lo derrumbó todo: «Jairo, tu hija ha muerto, ¿para qué molestar al maestro?» Y casi simultáneamente la voz de Jesús: «Ten fe. Fíate de mí». Todo sucedió muy rápido entonces: llegó, despidió a la gente y la curó. Lo primero que hizo para quitar la atención que sobre él se centraba fue pedir que le diéramos algo de comer. Vaya elegancia. ¡Solo tengo palabras para dar gracias a Dios! Una vez que habíamos aceptado su voluntad nos regaló de nuevo a Ruth. En el fondo, nos enseñó a disfrutar más de ella, a no tener miedo a perderla y por eso a ser más felices. ¡¡¡Gracias Señor, siempre quieres más y qué tonto si tengo miedo!!! http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2018/11/resurreccion-hija-de-jairo-300x191.jpg" alt="" width="850" height="541" />

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