Jacobo, el paralítico al que sus amigos descolgaron por el techo

12/11/2018 | Por Arguments

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La vocación de Jacobo, el paralítico

En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados» (Mt 9, 2-3). Me llamo Jacobo. Siempre he sido paralítico pero tengo una suerte inmensa porque Dios me ha regalado cuatro amigos que son como mis manos y mis pies. Con ellos, llego más lejos, corro más rápido, tengo más fuerza y soy mucho más feliz. Soy absolutamente dependiente, pero ellos no me lo hacen sentir: intuyo que les pasa algo parecido, obviamente de una forma diferente. Me tratan como si yo fuera su tesoro. Ya sé que suena muy hortera pero es que miles de veces he tratado de darles las gracias e invariablemente me dicen: «Jacobo, cuanto más grande más bobo, que no tienes nada que agradecer. Que el gusto es nuestro».

Ellos dicen que soy cuadriculado...

El Señor me cuida a través de ellos. Sus manos fuertes son como su brazo que no se ha empequeñecido. Sin embargo también tienen sus límites, cada uno los suyos. Como les conozco bien, aquel día fui plenamente consciente de que estaban sobrepasando todas las fronteras de lo razonable. Tengo que reconocer que soy bastante racional. Ellos dicen que soy cuadriculado pero eso es una leyenda negra que no corresponde con la realidad. Me he acostumbrado, lógicamente, a ir un poco por delante de la vida. Así me ahorro disgustos y sobre todo les evito a ellos malos tragos.

…pero nunca me fío de sus planes

De repente, Rubén que tiene un corazón muy grande, enorme, sugirió que podíamos pedir a Jesús que me curara. Se le vio realmente ilusionado. Para él imaginarse algo es hacerlo realidad. No voy a decir que no piensa lo que dice pero sí que sueña despierto y planifica mal o fatal. Le quiero como un hermano pero nunca me fío de sus planes y proyectos. Siempre acaba derrapando y haciendo todo al final. Matías siempre matiza todo y suele ver la parte negativa: es lo que tiene ser tan listo. Dijo que ya se había corrido su fama y que era imposible acercarse a él. Tenía datos de varias ciudades y de los últimos días. Era incontestable. Quizá por eso Tobías, que es el más pieza, pensó que era una buena oportunidad de darle a Matías con los datos en la frente. Solo Jesús era capaz de desmontar su teoría perfecta y a él le apetecía ver su cara cuando me curara. Simón, que es muy divertido, se partía de la risa al verlos pelear como adolescentes y contó el chiste del gato con lo que todos nos morimos de risa y se liberó la tensión.

Intenté, sin éxito, oponerme

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2018/11/paralítico-descolgado--214x300.jpg" alt="" width="404" height="567" />Yo pensaba que todo acabaría allí pero Rubén ya estaba levantando mi camilla por su esquina metiendo prisa al resto. Tobías se creció, Matías puso cara de desconcierto pero agarró su esquina y Simón se sumó sin saber muy bien dónde acabaría todo. Ahí fue cuando me vi absolutamente perdido. Intenté, sin éxito, oponerme a su descabellada idea. Me da mucho miedo la altura pues no tengo nada para protegerme si me caigo. Todo fue en vano. Empecé a llamarles de todo y a referirme a sus antepasados más cercanos pero tampoco surtió efecto el recuerdo de sus seres queridos. Era una especie de apuesta y una aventura irresistible para cuatro adolescentes deseosos de llamar la atención. El resto lo conocéis. Lo mejor de todo vino después. Al levantarme no podía creerlo. Toda la adrenalina acumulada en el descenso del tejado reventó de repente y me vino una mezcla de mareo y euforia muy divertida, a juzgar por lo que cuentan que dije e hice. No recuerdo casi nada pero no se me ha borrado una cosa de aquel momento. Me fijé en Jesús y vi su cara llena de gozo y de orgullo mientras miraba a los cuatro. Percibí que sentía por ellos lo mismo que yo. Perdón ¡qué burro soy! Yo sentía lo mismo que Jesús: vaya regalazo de amigos. En ese instante se me abrieron los ojos y comprendí que Jesús era uno de nosotros, incluso más: el mejor amigo de todos. Intuí que él los había enviado y que a él se lo debía todo, incluida mi parálisis. Gracias a esa discapacidad disfruté del don inmerecido del cariño de estos cuatro sinvergüenzas y, por si fuera poco, me llevó hasta mi mejor amigo. «¡Gracias Jesús, qué majo eres! ¿Cómo voy a pagarte tantos detalles…?»

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