La Samaritana: del dolor y la maldición a recuperar la dignidad de un plumazo

29/10/2018 | Por Arguments

dignidad

dolor

esperanza

maldición

perdón

Samaritana

vocación

La Samaritana

¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Jn 4, 9) Sólo Jesús conoce mi nombre. Sin embargo, no quiso que quedara constancia en el Evangelio. El sabe por qué, y yo no niego que tenga mucha razón. En mi historia lo más importante no es mi nombre sino mi dolor. Nunca antes alguien se había acercado para acariciar mi alma como Jesús lo hizo. Nunca nadie me miró con tanto respeto. Nunca nadie me habló como si fuera una princesa salvo él. Aquel día en el pozo, Jesús me devolvió de golpe toda mi dignidad perdida. Me abrió de nuevo al futuro. Me ayudó a reconciliarme con mi pasado y me pidió ayuda. Me hizo sentirme útil, no utilizada. Le dio sentido a mi existir, un motivo a mis días y horizonte a mi camino. Dejé de ser una romántica fracasada para convertirme en una mujer llena de promesas y esperanza. Se me hizo primavera de nuevo. Ya no tenía que arrastrar mi pasado porque él lo había curado y sepultado bajo su ternura.

Ya nada es igual, ahora no me tengo miedo

Estaba loca de contenta. No podía callar. Tenía que contarle todo, pero él ya lo sabía. Me ahorró el mal trago que iba a pasar. Me lo puso muy fácil y me dejé seducir, esta vez por un caballero de verdad. Jesús me ganó con su mirada. No me reprochaba nada. Me ofrecía participar en su misión, preparar su camino en los corazones, me regalaba un tesoro para compartir frente al barro en que me encontró sumergida hasta las orejas. Me daba una perla preciosa y además gratis. No me podía nada a cambio. No lo dudé ni un instante. Siempre decido sin pensar y eso me ha llevado muy lejos en el dolor. Esta vez no fue así. Fue muy rápido, pero pensé. No podía dejar escapar esa oportunidad. Nadie se me podía adelantar. Era mi momento. Un instante bastó para que me lanzara, para decirle que sí, que le regalaba todo mi pasado, toda mi honra, todo mi dolor, todas mis heridas y todo el mal que había causado. Todo el agua de mi pozo. No os puedo contar cómo me miró entonces, cómo brillaron sus ojos, qué emoción sentí en mi corazón: qué privilegio el mío. Ya no soy la misma. Todo ha cambiado, aunque todo parece lo mismo. Ya nada es igual. Ahora no me tengo miedo.

Yo solo tengo que dejarme querer como soy, Él hará el resto

Me basta recordar su mirada para recuperar la confianza, para que desaparezca el fantasma de mis miedos, de lo que soy capaz. Me llena entonces el entusiasmo de saber que soy elegida, escogida, querida incondicionalmente: nadie me conoce como él y nadie se apoya tanto en mí. Soy muy feliz y no me cambio por nadie. He dejado de maldecirme. Nunca más pensaré que soy un desastre: Él me lo ha prohibido. Gracias Dios mío, me hiciste renacer, me devolviste a la Vida. Nunca te pagaré lo que has hecho. Tengo por delante toda la vida y unos hijos preciosos. Estaba convencida de que no iba a saber educarlos, y es verdad. Pero ahora con Jesús todo será más fácil. Mis hijos tienen la mejor madre del mundo: la que Dios les ha regalado. Yo solo tengo que dejarme querer como soy. Él hará el resto.

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2018/10/Jesús-y-la-Samaritana-1-300x224.jpg" alt="" width="900" height="672" /> Jesús y la samaritana en el pozo; II Guercino (Giovanni Francesco Barbieri) © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Artículos relacionados

Suscríbete a nuestro canal de Telegram


Síguenos en

Arguments