Herodes: "Fue el maldito miedo que se apoderó de mí"

22/10/2018 | Por Arguments

Herodes

Jesús refugiado

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Navidad

La vocación de Herodes I, llamado “el grande”

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías (Mt 2, 3-4)   Ese niño quería robármelo todo. Venía a usurparme mi reino, mi seguridad, mi tranquilidad. Yo no podía permitirlo. No me juzguéis, por favor. María y José, que tenían todo el derecho de hacerlo, no lo hicieron. Les hice sufrir una barbaridad. Les hice «culpables» de mi odio, de mi crueldad, de mi envidia y de mi amargura. Necesito mucha misericordia y sé que Dios nunca la niega a quien se arrepiente, ni siquiera a un asesino como yo.

He roto corazones

He luchado contra inocentes. He dejado a muchas madres sin sus hijos, a muchos niños sin sus hermanos, a muchas abuelas sin sus nietas.  He roto corazones. Todo por dejarme llevar, por no ser protagonista de mi vida, por no aceptar todo lo que había recibido, por no reconocer lo que otros me daban. Me daba miedo perder todo lo que tenía. Porque era mi tesoro, que yo había labrado con infinito esfuerzo. Nadie se daba cuenta. Todo el mundo quería aprovecharse de mí. Pero Dios puede perdonarme. Puede ser fiel a su alianza. Puede darme unos dones mayores que los que he perdido. Basta que se lo pida, que reconozca que he estropeado y entorpecido sus planes.

… si hubiera superado el miedo que tenía

Nadie conoce el final de mi historia. Solo Dios y yo. Este no es lugar para contarlo. Solo puedo decir una cosa. Si no hubiera tenido miedo, mejor dicho, si hubiera superado el miedo que tenía, mis talentos habrían servido para hacer mucho bien, para hacer felices a muchos corazones. Fue el maldito miedo que se apoderó de mí. Dios, sin embargo, se ha servido de mi crueldad, de mi odio, para que Jesús fuera un refugiado. Para que nunca nadie piense que está solo, perseguido y olvidado. Para que nadie sufra la injusticia sin esperanza. No quiero justificarme, pero Dios es capaz de hacer su plan aunque los hombres se lo pongamos muy difícil. La pena es todo lo que he hecho sufrir y todo lo que he sufrido yo; todo lo que he llorado sin consuelo; todo el daño que me he hecho; y lo poco que he sabido disfrutar de la vida por el miedo de perderla.

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