El cuñado feo

02/10/2020 | Por Arguments

Antonio Rojas

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catequesis

la chispa

">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2020/10/El-cuñado-feo-1-e1601632776897.jpg"> Puede que esté borracho, señorita, pero por la mañana estaré sobrio y tú seguirás siendo fea. -Winston Churchill-  Hay un humor bueno y un humor malo; puede decirse que el humor es un arma de doble filo, porque nos podemos reír con alguien o nos podemos reír de alguien. Hay un humor constructivo que es el que se hace desde la posición del protagonista de la broma, que nace de la compresión profunda de la persona y mira con simpatía sus defectos; y un humor destructivo, despiadado, sarcástico que nace del resentimiento y aprovecha la ocasión para humillar. Para el escritor y humorista Miguel Mihura, el humor tiene que estar lleno de comprensión, de generosidad y también de piedad por los fallos y flaquezas de las gentes. Pero cuando cogemos el lado triste y cruel del humor y lo convertimos en sarcasmo o ironía hiriente, bien podríamos aplicarle la expresión que se dice en la película Anger Management (Control de la ira): El sarcasmo es el cuñado feo de la rabia.   El mal humor hay que desterrarlo cuanto antes, o corremos el riesgo de que nos pueda dominar; de este modo evitaremos echar la culpa a los demás cuando el origen está en nosotros. Dicen que el caldo de cultivo del buen humor es no tomarse a uno mismo demasiado en serio, porque nadie debe reírse de lo que tiene a su alrededor si no está dispuesto a reírse —y a dejar que se rían— un poco de sí mismo. Frecuentemente me acuerdo de aquel amigo, bajito, muy bajito que siempre que le comentaban: —Claro, Esteban, como tú no eres muy alto… —Pues te aseguro ?respondía Esteban sonriendo? que yo hice lo que pude. Tenemos que ejercitar el no tomarnos muy en serio a nosotros mismos; la autoestima no se pone en juego por una pequeña broma. Hay que encontrar el equilibrio entre tomarnos en serio y sabe reírse de un mismo. Tenemos un inhibidor inherente a casi todas las personas: el sentido del ridículo. Hay que librarse, en lo posible, del excesivo miedo a hacer el ridículo, porque equivocarse, fracasar, ponerse en una situación cómica, siempre es un poco humillante, ya que, obviamente, a nadie le gusta hacer el ridículo, pero tomarse las cosas con humor, incluso en esas ocasiones en las que quedamos mal, puede ayudar a quitarles importancia. La frontera o el límite entre «reírse con alguien o reírse de alguien», puede ser muy fina, y hay que desarrollar la intuición para captar que el verdadero humor no humilla o hiere. Humor sano, sí; mientras más mejor, pero sin cruzar esa sutil línea que lo convierte en el cuñado feo de la rabia: el sarcasmo.

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