Como barco velero

16/06/2014 | Por Arguments

Antonio Rojas

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catequesis

la chispa

  ">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2014/06/trasatlantico3-e1402907367652.jpg">trasatlantico3 Hay velas que alumbran todo menos su propio candelabro. -C. F. Hebbel-  Esther era una chica inteligente, educada con esmero, espiritual, pero...frívola. Terminaba sus vacaciones al día siguiente en aquel pueblo costero. -Mañana, se terminó: ¡a casa! Imposible, Esther!, retrásalo un día; mañana viene Oscar, el más guay de los hombres. ¡No te lo puedes ni imaginar!¡Se lo rifan todas!  Esther no tenía ningún motivo para retrasar su viaje, ni le importaba Oscar, pero su carácter acomodaticio y demasiado flexible le traicionó una vez más. Oscar era un calavera, mujeriego y despilfarrador, pero la embrujó. Era de dominio público su fama de Casanova orgullosamente proclamada por él mismo y tristemente confirmada por sus víctimas. Los consejos de los buenos amigos, las lágrimas de sus padres...nada detuvo a Esther. Contra todos, Esther se casó con Oscar. La brillantez de su apariencia la seducía; la frivolidad le impedía comprobar la coherencia entre la belleza exterior e interior. Hoy, hoy Esther llora sola, abandonada...¡Si pudiera volver atrás! Una vez me dijeron: Antonio, un alma frívola es como un barco velero. Se ignora el tiempo de la travesía y la ruta precisa que seguirá. Su viaje depende, en gran parte, del viento que sople. Casi totalmente, depende del exterior. ¿Y una personalidad firme, segura, convencida, constante? Yo pienso, por seguir el símil, que es como un moderno trasatlántico.  Aunque no ayude el viento, sigue seguro su ruta porque tiene propulsión interior. De sus calderas saca energía para moverse y avanzar sin depender de los elementos exteriores. Una persona frívola es como un chaparrón torrencial que llena la superficie de charcos que dificultan el andar, pero que, al poco, deja  a la tierra tan seca como estaba antes del chaparrón. La persona sensata y profunda se parece más a la lluvia fina, esa que en gotas menudas y constantes, sin el estruendo del aguacero, va calando la tierra pausadamente hasta hacerla fecunda. Como educadores debemos ser conscientes que no es el sentimiento rápido y aparatoso lo que educa, sino ese suave y constante humedecer el interior de nuestros educandos con doctrina sana y rectas convicciones que le vayan empapando el alma. Hay que huir de la frivolidad porque queremos vivir como trasatlántico; no como barcos veleros.

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